Poco más de un año después de su llegada a Steam mediante acceso anticipado, Dead Cells llega a todas las plataformas en su versión definitiva. Durante los últimos meses, el estudio galo Motion Twin fue expandiendo las posibilidades del juego mediante nuevos contenidos, que fueron añadiéndose progresivamente hasta dar forma a lo que ahora tenemos en nuestras manos: uno de los mejores roguelikes de los últimos años.

MORIR ES VIVIR

En Dead Cells encarnamos al cuerpo de un asesino, aunque no parece que sea algo que deba preocuparnos. Realmente, lo único que somos es una especie de célula capaz de poseer dicho cuerpo a modo de recipiente, una y otra vez. Tal vez sea un fiel reflejo de lo que nos espera en el juego: nacer, morir y volver a nacer. Cuando perdemos la vida — o decidimos reiniciar nuestro viaje voluntariamente — somos testigos de cómo ese «rastro celular», que parece más una especie de babosa de color verde que otra cosa, se apodera por enésima vez del cuerpo inerte del forajido. A partir de ese preciso instante, comienza nuestra historia. Una historia que se repetirá una y mil veces, en la que siempre viviremos una experiencia inédita.

Cada vez que emprendemos un nuevo viaje, partimos desde la Celda de los Prisioneros, uno de los escasos lugares seguros que encontraremos en la isla en la que se ambienta el juego. Cuando renacemos encontramos los primeros objetos que podemos equiparnos, que son seleccionados de forma aleatoria de entre todos los que hayamos desbloqueado previamente. Conocer las características de estas prisiones es fundamental para entender el contexto del juego antes de lanzarnos a explorar, resultando muy recomendable tratar de conseguir los escasos objetos que se ocultan entre sus paredes. También hay que tener presente la ruta que deseamos tomar en cada viaje; todas parten desde el mismo lugar, pero, en función de la salida que tomemos, tendremos la oportunidad de avanzar por un camino u otro hasta llegar al jefe final.

Cuando renacemos, las armas que encontramos no son especialmente poderosas, nuestra cantidad de salud siempre consta de cien puntos y no contamos con ningún amuleto que nos preste sus beneficios. Siendo así, cada partida nos propone desarrollar nuestra build desde cero. Da igual si en el momento de morir llevamos encima un buen puñado de células, un arma con 950 puntos de DPS — daño por segundo — o hemos obtenido la cantidad de mejoras suficientes como para lucir una extensa barra de vitalidad; si morimos, lo perdemos todo.

UN SINFÍN DE POSIBILIDADES

Aunque estamos ante un roguelike que hace uso de elementos procedurales, hay que decir que no todo queda sujeto a los caprichos del azar. El juego nos ofrece una gratificante sensación de progreso conforme vamos obteniendo células —podemos conseguirlas derrotando enemigos o accediendo a zonas de bonificación— para entregarlas al Coleccionista, un enigmático personaje con cara de pocos amigos… que nos tiende su mano desinteresadamente. Las mejoras, armas disponibles y mutaciones — de esto hablaremos un poco más abajo — que encontramos mediante planos han de ser desbloqueadas a base de células. Cada elemento requiere un número determinado de ellas y cada vez que completamos una zona podemos entregárselas al citado mercader, permitiéndonos desarrollar cada mejora y almacenar su progreso sin importar si cinco minutos después caemos en combate.

Uno de los grandes pilares del juego no es otro que su sistema de builds: rápido, sencillo y profundo. Cada viaje nos da la posibilidad de jugar una partida completamente diferente a la anterior gracias a la ingente cantidad de variantes que el juego pone a nuestra disposición. Espadas, lanzas, hechizos, ballestas, trampas, granadas… Tenemos una gran cantidad de objetos por descubrir. Además, la forja nos permite personalizar todas nuestras piezas hasta encontrar el estilo que mejor se adapte a nuestras posibilidades. Este sistema de herrería funciona de un modo muy similar al que podemos encontrar en Nioh, ofreciéndonos la posibilidad de sustituir las habilidades exclusivas de cada objeto por otras completamente nuevas.

Si observáis la conexión entre las habilidades de cada arma, podréis haceros una idea de los estragos que una build así puede causar si comenzamos el combate lanzando esa granada de hielo III+

Por poneros un ejemplo, cuando tenemos granadas o trampas con efectos de frío y sangrado, un arma con bonificación de daño a enemigos congelados o que sangren es capaz de causar una auténtica matanza. Planificar cada build es tan importante como tener presente que, si morimos, tendremos que decirle adiós y adaptarnos a los objetos con los que el azar decida que comenzamos la siguiente expedición. La velocidad con la que obtenemos objetos y mejoras —y con la que perdemos nuestro progreso tras caer en combate— es uno de los grandes aciertos de Motion Twin, dando lugar a una experiencia de lo más adictiva, profunda y capaz de renovarse constantemente.

Dead Cells es un título justo con el jugador. Si bien es cierto que cualquier enemigo puede acabar con nuestra vida en un abrir y cerrar de ojos, también podemos convertirnos en una auténtica máquina de guerra si somos habilidosos. La acción se sucede con una velocidad endiablada y los controles responden a la perfección, lo que nos permite librar combates espectaculares, precisos y desafiantes. Algo que también ayuda es el exquisito rendimiento del que presume el juego, que ha sido pulido durante estos últimos meses hasta lograr un acabado perfecto.

JUGABILIDAD A PRUEBA DE BOMBAS

«Metroidvania», esa palabra que usamos para definir a títulos tan laureados como Hollow Knight, Guacamelee! o el propio Metroid, entre otros. Exploración a raudales, desandar nuestro camino para desbloquear nuevos atajos haciendo uso de habilidades y altas dosis de acción son los ingredientes más característicos de una fórmula incombustible. Dead Cells sigue la estela de todos ellos y nos ofrece una experiencia muy similar, con el añadido que supone generar los escenarios aleatoriamente, logrando que cada partida sea diferente a la anterior.

Aunque el juego consta de unas quince zonas diferentes y la forma de acceder a cada una de ellas es permanente, los mapeados de cada entorno son generados de manera aleatoria cada vez que llegamos, variando la ubicación de los cofres del tesoro, tiendas y objetos consumibles. No obstante, los caminos que determinan nuestro siguiente destino son prácticamente idénticos en cada viaje, dando lugar a un componente de exploración con un ligero toque aleatorio, pero a su vez, muy gratificante gracias a la sensación de progreso real. Esta combinación de azar y contenidos fijos se nos antoja muy interesante, pues nos permite explorar encontrando siempre cosas nuevas sin necesidad de acabar desorientados a la hora de encontrar el camino hacia el siguiente nivel.

¿Continuamos avanzando o descendemos a los infiernos? Dead Cells nos obliga a pensar rápido y tomar decisiones constantemente

Nuestro mapa va registrando todos los puntos de interés que vamos localizando, algo que nos resulta muy útil, especialmente los puntos de teletransporte, generalmente ubicados junto a las numerosas bifurcaciones en las que nos vemos obligados a descartar uno de los caminos posibles. El tamaño de cada región es más que correcto; multitud de bifurcaciones, zonas secretas, entre una y tres posibles salidas y un sinfín de peligros a los que enfrentarnos, con mención especial a los enemigos de élite, una especie de mini jefes capaces de teletransportarse y seguirnos hasta el fin del mundo, que protagonizan un duelo de lo más exigente, que difícilmente podremos declinar.

Como no podía ser de otra forma, el clímax del juego reside en los jefes finales. Estos combates nos obligan a dar lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, requieren que nuestra planificación durante el viaje hacia ellos haya sido la más adecuada. De manera similar a lo que vimos en Rogue Legacy, los jefes finales nos esperan en ubicaciones fijas y no es necesario enfrentarnos a todos en una única vuelta. No obstante, si queremos exprimir el juego y descubrir todos los lugares y áreas secretas, no tenemos más remedio que derrotarlos a todos. Motion Twin ha sido muy inteligente al apostar por dar libertad al jugador para que decida los jefes que quiere evitar en su viaje hacia lo más profundo de la isla. En cualquier caso, toda elección tiene sus consecuencias: ¿Es mejor evitar a los enemigos más poderosos para alcanzar rápidamente nuestra meta o enfrentarnos a todos para obtener las mejores recompensas de cara al combate final?

UNO DE LOS JUEGOS DEL AÑO

Motion Twin ha realizado un trabajo fantástico durante los últimos meses. Es muy complicado encontrar un solo defecto, y es muy fácil resaltar sus muchas virtudes. Cuando un videojuego pretende ser ambicioso, no hay mayor virtud que saber encontrar el equilibrio necesario para ensamblar todos sus apartados, y Dead Cells lo tiene todo. Un roguelike sin fisuras, ideal para partidas rápidas, terriblemente adictivo y con un sinfín de horas por delante para aquellos que quieren desentrañar todos sus secretos. Aspectos como su ambientación lovecraftiana, el cuidado apartado visual y la precisión a la hora de asestar cada golpe combinan perfectamente con su inteligente sistema de buids «de usar y tirar». Una experiencia prácticamente inagotable, en la que cada partida es diferente a la anterior y en la que morir no es más que volver a nacer. Dead Cells es uno de los mejores títulos que vamos a ver en 2018.

 


Este análisis ha sido realizado mediante una copia cedida por Evolve PR