La toma de consciencia por parte de las máquinas siempre ha sido una de las temáticas predilectas de la ciencia ficción. Desde Blade Runner a I Have No Mouth and I Must Scream, pasando por incontables obras literarias, videojuegos y películas, el ser humano parece poseer una capacidad casi innata para fascinarse ante la posibilidad de utilizar a las inteligencias artificiales como espejos en los que reflejar sus propias dudas existenciales, y también como instrumentos a través de los cuales reflexionar sobre la moralidad de los beneficios y perjuicios causados por el imparable avance de la tecnología.

Detroit Become Human, la última obra de Quantic Dream, no se aparta demasiado de estas líneas maestras y nos muestra un futuro en el que la humanidad ha comenzado a emplear a androides para el desempeño de todo tipo de tareas, especialmente aquellas que los humanos rechazan realizar. Así pues, los androides, reducidos a un papel similar al de simples electrodomésticos, limpian hogares, cuidan a ancianos y niños, luchan en guerras, ejercen la prostitución, vigilan recintos e incluso, entre otras muchas cosas, son los encargados de realizar algunas cirugías de riesgo.

Esta sociedad, sin embargo, esta muy lejos de ser perfecta. El shock de la nueva revolución tecnológica, en un interesante acercamiento a un debate que durante los últimos años ha sido protagonista de no pocos augurios y discusiones entre economistas y científicos, ha causado importantes desigualdades económicas. El empleo intensivo de la tecnología ha alejado del mercado laboral a numerosas capas de una población que, con frecuencia, acaba recurriendo al uso de drogas para evadirse, lo cual, en una especie de paralelismo con el movimiento ludista surgido durante la Revolución Industrial, acaba alimentando conflictos sociales y la aparición entre los humanos de movimientos de odio contra los androides.

Este contraste entre el paraíso prometido por la tecnología y la realidad distópica quizá sea uno de los puntos más interesantes del juego. Es un planteamiento fresco, complejo y tan perturbador como factible y cercano pero, por desgracia, a medida que pasan las horas el debate sobre las consecuencias de la tecnología va dando paso a un discurso cada vez más maniqueo dentro del cual desaparece casi cualquier rastro de gris. La lucha por los derechos de los androides termina por convertirse en un trasunto del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos, incluyendo un buen número de sonrojantes e inapropiadas referencias directas a dicho momento histórico, en el que los androides tienen reservado el papel de oprimido inmaculado mientras los personajes humanos se limitan a representar estereotipos muy planos dentro de la simplista dualidad moral alrededor de la que gira la historia.

Es la maldición de Quantic Dream, un estudio que ha demostrado ser sobradamente apto para plantear interesantes puntos de partida solo para acabar desperdiciándolos debido a su incapacidad, que parece ya crónica, para crear historias profundas y complejas. En sus guiones, las piezas sueltas tienden a funcionar mejor que el conjunto, y Detroit Become Human no es la excepción.

La trama se centra, al igual que ocurría en Heavy Rain, en tres arcos argumentales de resultado dispar. Por un lado, el juego llega a brillar de forma muy intensa con la historia de la androide asistenta doméstica Kara —de largo la narración más interesante y emotiva, precisamente por centrarse en los pequeños momentos— y, por otro, nos encontramos la historia de Markus, el androide llamado a convertirse en líder de la rebelión, la cual, debido a su tono mesiánico y excesivamente grandilocuente, acaba resultando demasiado atropellada y presuntuosa. En el punto medio tenemos a Connor, un androide detective que protagoniza una especie de buddy movie muy bien llevada pese a coquetear en exceso con los tópicos propios del género.

Sin embargo, a pesar de los problemas que acarrea el guion, la alternancia entre personajes, la escasez de relleno y la brevedad de cada capítulo —de unos treinta minutos de media— logran una fluidez narrativa que facilita el quedarse enganchado a la historia, intrigado por descubrir lo que va a ocurrir a continuación. En no pocas ocasiones nos sorprenderemos al vernos alargando más de lo conveniente nuestra sesión de juego mediante el recurso al manido «solo un capítulo más antes de apagar la consola».

Donde los franceses no tienen por costumbre fallar es en lo referido a las decisiones y las consecuencias, la auténtica piedra angular de este tipo de experiencias jugables, aunque, como era esperable, algunas decisiones que en apariencia se antojan importantes, acaban siendo un simple truco de ilusionista que se desmonta con facilidad al revisitar situaciones y comprobar cómo el juego se las acaba arreglando para llevarnos hacia un mismo punto, con independencia de que hayamos tomado una decisión u otra. Sin embargo, pese a que podamos verle las costuras si profundizamos más allá de la experiencia obtenida durante la primera partida, es innegable que Detroit Become Human supone un nuevo paso adelante en el género al ofrecer una de las historias con mayor cantidad de ramificaciones vista hasta la fecha.

Prueba de la confianza de los desarrolladores en ello es la inclusión de las denominadas tablas de flujos. Se trata de esquemas con forma de árbol que se nos muestran al final de cada capítulo, aunque también los tendremos disponibles en todo momento a través del menú de pausa, en los cuales se representa la ruta marcada por nuestras elecciones, así como también todas las hipotéticas ramificaciones a las que nos hubieran conducido otro tipo de decisiones, incitándonos de este modo a rejugar cada capítulo hasta desbloquear todas y cada una de las variantes, en aras de comprobar de qué manera se habría modificado el futuro devenir de la historia.

Parte de estas ramificaciones provienen de nuestro éxito o fracaso en los diversos QTE que nos encontramos a lo largo de nuestra aventura. De nuevo, se sigue el rumbo marcado por los últimos juegos del estudio, caracterizados por la progresiva tendencia a la reducción de QTEs en favor de la interacción con el escenario a través de pequeñas acciones contextuales mucho más orgánicas y naturales. En Detroit Become Human, las secuencias de QTEs son realmente escasas y están reservadas para los puntos álgidos de la historia y para aquellos momentos en los que la acción se convierte en protagonista, aunque, a pesar de todo, la exploración y la interacción de los escenarios sigue estando demasiada limitada y encorsetada, algo que, por otra parte, es habitual dentro de este estilo de juegos.

Estas limitaciones jugables tienen su contrapartida en un apartado gráfico que, al poder centrarse en pequeños escenarios y en los primeros planos, resulta sencillamente espectacular. Los modelados de los personajes y su animaciones faciales están a un nivel sobresaliente, favoreciendo en gran medida la inmersión en la historia, y a la hora de captar la atmósfera de ese futuro cercano que oscila entre la frialdad hipertecnológica y la calidez de los sentimientos tiene gran importancia el buen uso que se ha hecho de la iluminación, al igual que una banda sonora repleta de piezas notables que acompañan y realzan a la perfección aquello que ocurre en pantalla. El único lunar del apartado técnico son las pequeñas ralentizaciones que sufrimos en algunos de los escenarios más abiertos, en los que el motor gráfico muestra sus limitaciones ofreciendo además un resultado visual que no está a la altura de las zonas más acotadas.

Podemos afirmar, en definitiva, que sin lugar a dudas nos encontramos ante el mejor juego desarrollado por Quantic Dream. No estamos ante el gran salto adelante que supuso Heavy Rain, y carece por tanto de su capacidad para sorprender, pero es un producto mucho más sólido que refleja la madurez por parte de un estudio con las ideas cada vez más claras, a pesar de que sea una lástima que el trabajo realizado con las bifurcaciones de la historia y con el planteamiento de un trasfondo inicial tan interesante, con una exposición tan clara de las problemáticas de un futuro perfectamente creíble y cercano, acabe desaprovechado por culpa de un guion que termina por resultar demasiado superficial y acelerado. No obstante, sobre todo para cualquier usuario de PlayStation 4 que guste de propuestas de corte narrativo, Detroit Become Human es un título sumamente recomendable, del que resulta imposible despegarse como mínimo durante las diez horas que requiere una primera partida completa. Incluso a pesar de que la sensación final pueda resultar un tanto agridulce.