Pocas veces tengo entre manos un título tan bonito musical y visualmente como lo es The King’s Bird. Serenity Forge es una desarrolladora ya con mucho callo, famosos por el juego Lifeless Planet —bastante de moda ahora mismo por su inminente salida en Switch— y del menos famoso pero igualmente recomendable A Case of Distrust, una visual novel de corte adulto. Se trata de un estudio que fabrica títulos de muy diferentes géneros pero siempre con una calidad incontestable. The King’s Bird no podía ser menos.

The King’s Bird es un plataformas en dos dimensiones con una jugabilidad sencilla de entender pero muy difícil de dominar, con niveles cortos y lineales pero extensos. La historia no es relevante en el título; lo que sí os puedo decir es que está contada a través de imágenes —con pocas palabras durante la historia— y que como acompañamiento funciona realmente bien. Pero si os apetece un juego donde la historia esté en un segundo o incluso tercer plano, habéis venido al lugar correcto.

La jugabilidad es donde The King’s Bird tiene que brillar, y os puedo decir que lo hace. Además del salto típico de un plataformas, solo disponemos de dos mecánicas principales más. Una especie de «impulso» que nos sirve para avanzar más rápido de pared en pared y un botón que nos permite volar cuando caemos el suficiente tiempo o cuando alcanzamos la velocidad necesaria. Simple pero efectivo, ya que la combinación de ambos hace que sea posible alcanzar lugares que en un principio parecen realmente inaccesibles. Hay que deslizarse con velocidad y usar los reflejos rápidamente para poder completar los niveles más difíciles. No solo hay que avanzar a lo loco, el análisis de la estructura del nivel también puede ser determinante; no pocas veces he intentado lo mismo veinte veces hasta darme cuenta que había una forma distinta pero quizás menos clara de llevarlo a cabo.

Los niveles están divididos en tres grupos. El primero y más normal es aquel que solo nos pide llegar hasta el final del mismo para poder completarlo. Hay otro tipo de nivel donde tenemos que pulsar un número limitado de interruptores para que el bloqueo del final del nivel se abra. Por último hay niveles en los que no podemos hacer uso de nuestra habilidad de volar y tendremos que conformarnos con impulsarnos. Cada uno de los niveles se juega de forma distinta, lo que añade variedad al conjunto. También aumenta la dificultad del título, pues hacer un nivel sin poder volar después de acostumbrarse a hacerlo puede llegar a ser una pesadilla.

Todos los niveles comparten una mecánica, la recogida de una especie de pequeñas hadas o libélulas que hay repartidas por todo el escenario. La mayoría de ellas las recogeremos simplemente al completar el nivel, pero hay otras que requerirán de más trabajo por parte del jugador. Sin embargo son siempre relativamente accesibles y están pensadas para que el jugador las coleccione todas. Pero esto supone un problema, ya que hay niveles donde sin querer avanzamos hasta el siguiente punto de control, los cuales se activan automáticamente al acercarse. Si te dejas un hada y activas el punto de control, olvídate de encontrarlas todas, porque todos los niveles están llenos de puntos de no retorno.

El control del personaje es perfecto, sin fisuras. Como ya he dicho, podemos impulsarnos, pero también encaramarnos a cornisas, saltar de una pared a otra y otro movimientos más complicados de explicar con palabras pero que en el juego se llevan a cabo sin mucho problema. Al dominar el control podremos avanzar por los niveles con una velocidad que antes creíamos imposible, combinando todos los movimientos de los que disponemos. El mundo desde el que elegimos los niveles puede resultar confuso al principio, pero avanzaremos sin mucho problema después de unas horas jugando.

Dejando a un lado la jugabilidad aún nos quedan dos apartados que son espectaculares; el aspecto gráfico y la banda sonora original. The King’s Bird nos propone un estilo llamado contraluz tintado, donde algunas partes del escenario están en las sombras —entre ellas incluido el personaje al que manejamos— y otras a la luz. Las partes iluminadas son de colores planos y variados, dependiendo del mundo en el que nos encontremos. La música, por su parte, es una absoluta delicia, con temas instrumentales con unos ritmos preciosos. Por si fuera poco, cuando volamos con el personaje, canta por encima de la canción, acompañándola. Gracias a esto, la banda sonora cambia mientras jugamos. Es espectacular.

En resumen, nos encontramos ante un título casi perfecto. No falla en ninguno de los apartados, pero lo más importante, tiene una jugabilidad diferente, simple pero profunda: También es una delicia visual y musical, estoy seguro de que esto enamorará a más de uno. Si os apetece un plataformas ameno y bonito, The King’s Bird no os decepcionará en absoluto. Los quince euros que cuesta están totalmente justificados.

 


Este análisis ha sido realizado mediante una copia cedida por VIM Global