Es posible que nunca hayas jugado a The Legendary Axe, pero hay dos buenas razones para ello: fue exclusivo de Turbografx y nunca se llegó a lanzar en Europa. Claro que lo primero tuvo mucho que ver con lo segundo, puesto que la consola no gozó de éxito en nuestras tierras y se quedó sin un buen puñado de juegos. The Legendary Axe es apenas uno de ellos, aunque sin duda de los más destacados viendo como en América se publicitó como el gran exponente de Turbografx en su primera hornada. Hoy vamos a echarle un vistazo para ver qué nos perdimos exactamente.

Y tratándose de finales de los ochenta, la respuesta es tan lógica y predecible como un juego de acción con plataformeo bastante resultón. Muy en la línea del entonces recientemente estrenado Castlevania de NES, el desarrollo consiste en avanzar por niveles alternando entre acabar con docenas de enemigos en combates cuerpo a cuerpo y saltar con cierta precisión para no caer en precipicios que te mandan de vuelta hacia atrás en el nivel. La diferencia es que mientras Castlevania tenía como telón de fondo el castillo de Drácula, The Legendary Axe nos llevaba a la prehistoria.

Una prehistoria bastante libre en su interpretación, eso sí. Aquí tienen cabida tanto un protagonista en taparrabos -¿qué otra vestimenta podría encajar?- como osos bípedos, hombres-rana, golems, ojos voladores o rocas gigantes que nos persiguen como si tuviesen vida propia. Pero aun con semejantes licencias, The Legendary Axe ofrece un interesante viaje a un mundo primitivo y salvaje. Sus junglas frondosas, cuevas oscuras y grandes cataratas eran un festín para los ojos todavía acostumbrados a la era 8-bits, además de los escenarios ideales en los que luchar contra indígenas malhumorados y demás fauna autóctona.

 

 

El primer par de minutos ya se encargan de que seamos conscientes de dónde nos estamos metiendo: si cometemos un fallo en la primera sección plataformera acabamos en el escondrijo subterráneo de una araña gigante, a la que debemos eliminar para regresar a la superficie y seguir avanzando. La buena noticia es que también somos recompensados con una mejora para nuestra única arma, el hacha que se encarga de dar nombre al juego.

El sistema de combate es casi todo lo simple que se puede ser con dos botones a nuestra disposición. Además de un hachazo normal y otro en medio de un salto, también podemos atacar agachados, algo a la larga más útil de lo que suena por escrito debido a las rutinas de algunos enemigos. Sin embargo, la mejora obtenida al derrotar la araña es la que añade una pequeña capa de profundidad extra, ya que consiste en un medidor que se rellena al dejar de atacar y aumenta considerablemente la potencia de nuestros hachazos.

A lo largo del juego podemos almacenar un total de cuatro orbes, encargados de aumentar en un cuarto la extensión posible del ataque cargado. En la práctica es tan sencillo como suena: si aporreamos el botón de ataque rápidamente el daño es mínimo, pero si esperamos dos o tres segundos para dejar que se cargue hasta el tope que nos permita en ese momento, su efecto se multiplica y en algunos casos es suficiente para derrotar a los rivales comunes de un solo golpe. La gracia del asunto es que con frecuencia la pantalla se llena de enemigos y esperar ese par de segundos es un lujo que no nos podemos permitir a menos que se nos dé muy bien movernos y esquivarlos.

 

 

Como tantos otros juegos de su época, a The Legendary Axe no le parecía importar lo más mínimo que la mayoría de los jugadores fueran incapaces de completarlo. La dificultad tarda muy poco en dispararse, llenando de peligros la pantalla ya desde el segundo nivel. Luchar contra dos enormes lagartos al lado de una piscina de lava mientras varios murciélagos revolotean sobre nosotros y nos impiden saltar con comodidad es la clase de situación potencialmente frustrante a la que el juego nos empuja cada poco. Eso sin entrar en los jefes, que sin ser los típicos monstruos que ocupan media pantalla -salvo por el final- tampoco bajan el listón y nos pueden poner en serios apuros.

El plataformeo, aunque quizás no de una forma tan frecuente, también se contagia y nos juega algunas malas pasadas. No por problemas de control, que afortunadamente responde bastante bien, si no porque las condiciones rara vez son las óptimas. Al igual que los murciélagos en el interior de las cuevas, los exteriores están poblados por multitud de abejas, mariposas o lo que quiera que sean esos bichos voladores que aparecen en el momento más inoportuno para alterar completamente la trayectoria de un salto medido. Puede llegar a ser frustrante, aunque es algo que se remedia con más facilidad una vez que llevamos un par de disgustos y empezamos a jugar siempre alerta.

 

 

Otra particularidad interesante es que, si bien durante el grueso del juego el avance es lineal y no entraña más complicación que la de mantenerse vivo, al final decide experimentar y convertir en último nivel en un gran laberinto. Así que si consigues dominar el control y avanzar lo suficiente como para llegar hasta ahí, The Legendary Axe se reserva un último as en la manga para tratar de bajar tu contador de vidas a cero y devolverte al primer nivel para que descargues tu furia contra la pobre araña gigante.

Sin embargo, aun con todo lo que acabo de decir, no puedo negar que he disfrutado con el juego. Por razones obvias no pude probarlo en su contexto original, y mi paciencia ahora seguramente haya ido a menos para según qué clase de retos -sobre todo cuando se amontonan los juegos nuevos-, pero hay varias cosas que The Legendary Axe hace bien y por las que merece ser rescatado en esas expediciones de arqueología que tanto nos gusta hacer a los amantes de lo retro. Se ve bien, se escucha bien y, cuando no trata de matarte con demasiadas ganas, también se juega bien. Como vivir en la prehistoria, es duro -supongo-, pero hay una verdadera sensación de logro si lo consigues.