Este análisis ha sido realizado en PlayStation 5 mediante una copia cedida por PLAION

Hace casi diez años desde que se puso a la venta Life is Strange. Desarrollado por Don’t Nod Entertainment, un pequeño estudio francés cuya única obra hasta entonces era el más que aceptable Remember Me, Life is Strange llegó sin hacer demasiado ruido y acabó haciéndose un hueco dentro del corazón de los jugadores con una propuesta que bebía claramente de las “aventuras interactivas” tan populares hace unos años y que en aquel momento, a rebufo de los éxitos de Telltale, se encontraban en su máximo apogeo.

Life is Strange, como decimos, fue un juego que pasó un tanto desapercibido antes de su lanzamiento, pero acabó convirtiéndose en uno de los fenómenos más interesantes de aquel 2015. Don’t Nod nos traía la historia de Max Caulfield, una adolescente de 19 años que regresaba a Arcadia Bay, su pueblo natal, para continuar sus estudios de fotografía después de cinco años de ausencia.

La historia no tardaba en enrevesarse y, tras un fugaz reencuentro, una de sus amigas de la infancia era asesinada, lo cual servía como desencadenante para que en Max se despertasen unos misteriosos poderes que le permitían alterar el tiempo, tanto para detenerlo por completo como para rebobinarlo.

Max, haciendo uso de sus nuevos poderes, lograba evitar la muerte de su amiga y de esta manera acababa envuelta en una interesante historia en la que debía confrontar las consecuencias impredecibles que, al más puro efecto mariposa, se desatan al haber alterado el tiempo para salvar a su amiga Chloe. Lo interesante es que Life is Strange no era solo un juego sobre paradojas temporales, era un pastiche en el que cabía desde el lynchiano análisis costumbrista de un pequeño pueblo de Oregón que, bajo una pacífica fachada, escondía secretos muy oscuros hasta la exploración sobre las dudas existenciales de una adolescente que trata todavía de averiguar cuál es su lugar en el mundo. Era quizás en estos efímeros momentos intimistas cuando el juego conseguía brillar con más intensidad, capturando la nostalgia por una infancia ya perdida y el temor generado por la cercanía del paso a la adultez.

Life is Strange finalizaba con una decisión que polarizó a los jugadores, obligándolos a escoger entre el futuro de Chloe o el futuro de todos los demás habitantes de Arcadia Bay. Tras este golpe final la saga continuó y muy rápidamente tuvimos tanto una precuela de las aventuras de Max y Chloe como varias secuelas totalmente diferenciadas de la historia original. Don’t Nod volvió a probar suerte con Life is Strange 2 tratando la historia de los hermanos Sean y Daniel Diaz y Deck Nine lanzó Life is Strange: True Colors contando la de Alex Chen, pero ninguna de estas entregas alcanzó la repercusión de la historia original ni sus personajes consiguieron resonar en el corazón de los jugadores del mismo modo en el que lo hicieron Max y Chloe.

Quizá por ello Deck Nine y Square Enix, propietaria de los derechos de la saga, hayan decidido que el camino más lógico para continuar con la saga sea el volver a las raíces y retomar la historia original. Life is Strange: Double Exposure nos vuelve a poner en la piel de Max Caulfield, pero en su mundo virtual el tiempo ha pasado con la misma rapidez que en nuestro mundo real y lo que antes era una adolescente de 19 años ahora se ha convertido en una joven adulta de 28 años.

Esta decisión narrativa condiciona por completo el tono del juego. Gran parte del toque inocente y de locura adolescente del juego original, incluso a pesar de que en muchos momentos tratase temas bastante delicados, se ha perdido por el camino, como no podía ser de otra manera. Max sigue siendo un personaje divertido y en ocasiones alocado que intenta afrontar la vida con su particular sentido del humor, pero inmediatamente te das cuenta de que tras esa fachada se encuentra una persona atormentada que se ha pasado nueve años intentando lidiar con las consecuencias de los hechos ocurridos en el juego original.

Y eso que hasta cierto punto el juego trata de tomar distancia con respecto a esos hechos. Max ha perdido su capacidad de alterar el flujo del tiempo, el juego transcurre en una nueva ciudad y la supervivencia o no de Chloe al final del primer juego se zanja rapidamente con una decisión que debemos tomar al poco de comenzar este, sin que tenga mucho más impacto que el cambiar algunos diálogos, pero lo ocurrido en Arcadia Bay está presente en el fondo de la historia de una forma casi permanente.

En este Life is Strange: Double Exposure nos encontramos, como hemos comentado, en otra localidad distinta a la del juego original. Max es ahora una reputada fotógrafa profesional que ha conseguido una beca para trabajar como profesora en la Universidad de Caledon en Lakeport. La vida poco a poco comienza a sonreír de nuevo a Max, que encuentra en el estimulante ambiente de la Universidad un lugar ideal para seguir desarrollando su carrera y también un entorno propicio en el que poder establecer nuevas relaciones personales.

De este modo, Max entabla amistad con Safi, la hija de la directora, la cual se convierte en compañera de aventuras y en un apoyo emocional para nuestra protagonista, ocupando casi-casi un papel similar al que pudo tener Chloe. Sin embargo, al poco de comenzar el juego vemos como la historia se repite, pues Safi es asesinada de forma misteriosa y esto provoca que Max desencadene nuevos poderes, esta vez relacionados con la ruptura del espacio en dos dimensiones paralelas: en una de ellas Safi habrá muerto, pero en la otra seguirá con vida. La nueva tarea de Max consistirá en alternar entre ambas dimensiones con el objetivo de descubrir la verdad sobre el asesinato y, quizá, intentar evitarlo, sin que ello conduzca al mismo caos que amenazó la existencia de Arcadia Bay.

Sobre el papel esto suena muy interesante, pero la implementación jugable de estos nuevos poderes nunca acaba de explotar todo su potencial. Mecánicas como el sigilo entre dimensiones, la posibilidad de encontrar la forma de abrir caminos que estaban bloqueados en el otro plano y todas las posibilidades que se podían haber abierto para plantear puzles que aprovecharan las múltiples dimensiones quedan en un muy segundo plano, pues Life is Strange: Double Exposure quiere centrarse fundamentalmente en su narrativa y evita perder un solo minuto en cualquier cosa que pueda desviar nuestra atención más de la cuenta. Por un lado se agradece, pues es un juego que una vez coge velocidad va muy directo al grano y se preocupa por tejer una historia repleta de intriga y de giros de guion, pero no deja de ser una pena que no se le haya sacado mayor partido a los poderes de Max y que Life is Strange: Double Exposure se acabe jugando de una forma idéntica al Life is Strange de hace nueve años.

Al final, en todo caso, no deja de ser una decisión muy acorde al tono del juego, pues Life is Strange: Double Exposure se encuentra atrapado dentro de una muy particular contradicción. Por un lado se ha decidido presentar a una Max mucho más adulta para intentar establecer un punto diferencial con respecto al primer juego, pero, por otro lado, se intenta interpelar de forma constante al fan de la obra original de Don’t Nod a través de una mirada nostálgica al sostenida por referencias continuas al pasado. Life is Strange: Double Exposure en ocasiones no sabe si quiere romper con ese pasado o si quiere abrazar sus raíces y esa indecisión acaba pasando factura a un gran juego que tenía las ideas y el potencial para llegar todavía más alto.