Este análisis ha sido realizado en PlayStation 5 mediante una copia cedida por PLAION

La primera entrega de Dragon’s Dogma se publicó a comienzos de 2012 y, con toda la atención de los jugadores volcada todavía en las consecuencias del terremoto que supuso el lanzamiento de juegos como Dark Souls y Skyrim a finales del año anterior, acabó pasando un tanto desapercibida, incluso teniendo al frente a alguien tan reputado como Hideaki Itsuno. Con el paso del tiempo, sin embargo, Dragon’s Dogma no cayó en el olvido y fue ganando, de forma progresiva pero constante, un numeroso grupo de seguidores que acabaron elevándolo al estatus de juego de culto.

Era evidente que Dragon’s Dogma merecía una nueva oportunidad comercial y, además, Itsuno siempre tuvo una pequeña espina clavada al no haber podido implementar en el juego todas las ideas que tenia en su cabeza, ya que la tecnología de la época no lo permitía, por lo que ha pasado estos últimos años trabajando en refinar las mecánicas jugables y en incorporar todo lo que en su día se le quedó en el tintero. Nace así Dragon’s Dogma 2, siendo una versión potenciada y definitiva de lo que debió ser Dragon’s Dogma en día, en lugar de una simple secuela al uso.

Dragon’s Dogma 2 nos vuelve a llevar a un mundo de estética medieval para hacernos vivir una gran aventura RPG en la que nos convertimos en el Arisen, la encarnación de un guerrero legendario que debe acabar con un antiguo y poderoso mal. Sin embargo, a pesar de que esta premisa pueda sonar un poco cliché y de que la historia —aún resultando interesante— no sea el mejor apartado del juego, en esta ocasión el foco se pone algo más en lo que supone para el mundo nuestra aparición, en las luchas de poder y las intrigas que se forman a nuestro alrededor con la intención de aprovecharse de la imagen del salvador.

La historia no es, como ya decimos, el gran punto fuerte del juego, sirviendo de mero acompañamiento que da trasfondo a nuestras aventuras. Vermund y Battahl, las dos grandes regiones que recorreremos, son lugares hostiles en los que nadie nos va a regalar nada y en los que los peligros acechan a cada paso. Dragon’s Dogma 2 es un titulo que no realiza concesiones al jugador y que no se molesta en llevarlo de la mano, obligándolo a asimilar todos los conceptos en los que se basa su jugabilidad e invitándolo a experimentar, tanto a la hora de encontrar la forma de resolver las misiones como en el momento de blandir la espada.

Los fundamentos del combate son los mismos que los del primer Dragon’s Dogma, por lo que los fans del título de 2012 se sentirán como en casa. Inicialmente podemos elegir vocaciones como Luchador, Ladrón, Mago y Arquero, aunque una vez nos especializamos en alguna de ellas y progresamos es posible aprender otras derivadas como Arquero Mágico, Duelista Místico e Ilusionista. Por supuesto, todas cuentan con habilidades exclusivas que se desbloquean gracias a los PV obtenidos durante la partida.

En nuestro caso nos decantamos por la vocación Ladrón, una build pensada para hacer daño masivo y movernos rápidamente por el campo de batalla. Destaca especialmente la rapidez que proporciona, por lo que, al portar una daga en cada mano, lo más recomendable a la hora de defendernos es esquivar para evitar los ataques enemigos. Casi todas las habilidades están orientadas a reforzar el potencial ofensivo, como es el caso de una que nos permite infundir ambas armas en llamas para infligir daño por fuego.

Como no podía ser de otra forma, el sistema de peones vuelve a tener un gran protagonismo, ya que hacer luchar en solitario es prácticamente un suicidio en la gran mayoría de ocasiones. El motivo reside en que a menudo nos topamos con grandes grupos enemigos y no siempre contamos con los medios necesarios para hacerles frente. Por ejemplo, si nuestro estilo predilecto es el combate cuerpo a cuerpo y nos cruzamos con una Harpía, muy difícilmente saldremos airosos de la batalla.

Por eso mismo, es necesario acceder a la Falla y tratar de encontrar peones -hasta un máximo de dos, sin contar con nuestro fiel peón principal- a los que contratar para sumar a nuestro grupo. Hay algunos gratuitos, aunque lo más recomendable es ahorrar un poco y hacernos con los servicios de los que mejor se adapten a nuestras necesidades. Una vez reclutados tenemos total libertad para mejorar su equipo, moldear sus rasgos de personalidad e incluso utilizarlos como inventario adicional, ya que ellos pueden portar objetos igual que nosotros.

Estos peones contribuyen en gran manera a la sensación de vida y verosimilitud que transmite el mundo del juego. Tienen conversaciones entre si -algunas trascendentales y otras absurdas, tal y como podría pasar con cualquier grupo de compañeros reales-, nos dan consejos, exploran por su cuenta y actúan de forma inteligente según el contexto. En ocasiones nos obedecerán ciegamente, en otras nos ignorarán e incluso en algún momento podremos ver como se alejan del campo de combate si las cosas no vienen bien dadas. Itsuno llegó a comentar que uno de sus objetivos fundamentales con Dragon’s Dogma era tratar de recrear la sensación de que estábamos viviendo aventuras con nuestros amigos, incluso tratándose de un juego totalmente offline, y se puede afirmar que lo ha conseguido con creces. Nos encariñaremos con nuestros peones, llegaremos a conocerlos y lamentaremos el momento en el que tengamos que separarnos de ellos.

Pero, a pesar de que en su concepción básica es un juego radicalmente pensado para un solo jugador, el componente multijugador en Dragon’s Dogma 2 sí existe. Se trata de un multijugador de tipo asimétrico en el que podremos contratar a los peones de otros jugadores -y viceversa, por supuesto- para fortalecer nuestro equipo. Estos peones pueden tener misiones asignadas por sus maestros, que pueden haber establecido recompensas que obtendremos en caso de que logremos completarlas, y crecerán y se formarán junto a nosotros, llevando consigo en su regreso a su mundo original todo lo que hayan aprendido. Por ejemplo, si resulta que un peón ha completado una misión específica con nosotros y por el camino ha encontrado un par de tesoros dicho peón será capaz de orientar a su jugador dueño hacia la localización del objetivo e indicarle la ubicación de esos tesoros, proporcionándole los servicios de guía

En todo caso, una vez formamos un grupo competente y nos lanzamos a explorar es cuando surgen las batallas más intensas, ya sea por tener que luchar contra grandes grupos de enemigos o por el hecho de que aparezca alguno especial, como es el caso de los grifos o esos gigantes que ya vimos en la primera entrega; enemigos contra los que un ataque simple no es suficiente y debemos encontrar el modo de encarar la situación aplicando todo lo aprendido y coordinando a nuestros aliados. Destacan, por supuesto, los jefes finales. Son enemigos implacables y dan lugar a momentos realmente épicos y, aunque no vamos a desvelar la identidad de ninguno de ellos, merece la pena jugar a Dragon’s Dogma 2 solo por ellos.

Una de las cosas que más nos han gustado de Dragon’s Dogma 2 -y que creemos que no está presente en demasiados títulos así- es la sensación de que siempre pasa algo cuando exploramos su mundo. Incluso si la misión emprendida no es demasiado interesante, el mero hecho de recorrer un bosque, cruzar una cueva o escalar una montaña puede ser el principio de algún acontecimiento que hace que merezca la pena haber visitado dichos lugares.

El mundo del juego no es tan vasto como el de Elden Ring, The Elder Scrolls V: Skyrim o The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, pero consigue que, en lugar de preguntarnos cómo de grande es, solo pensemos en qué hay en él. Porque un sencillo recado en el que apenas tenemos que buscar una serie de plantas puede terminar en la lucha contra un temible hombre lagarto en lo más profundo de una oscura caverna. Hay un factor sorpresa que nos acompaña durante todos nuestros viajes y evita que la partida caiga en la monotonía.

La exploración es uno de los elementos que más nos ha gustado en esta nueva apuesta de Capcom, ya que las recompensas por completar misiones y ayudar a otras personas casi siempre son interesantes y los tesoros que encontramos a lo largo y ancho del mundo incitan a ir un paso más allá. El diseño de niveles está a un buen nivel y, como decimos, no es necesario que el mapa sea tan extenso como el de otros títulos para que tengamos la sensación de que siempre queda algo por descubrir.

Lo mismo sucede en las poblaciones, especialmente en lo que a grandes ciudades se refiere: multitud de edificios en los que entrar con total libertad, tiendas, posadas, servicios de herrería, decenas de personajes dispuestos a pedirnos ayuda… Pocos juegos consiguen que perdamos la noción del tiempo recorriendo las calles de una ciudad, y eso solo es posible gracias a la concepción de un mundo repleto de oportunidades para el jugador.

Por último, algo que también es digno de mención es el ciclo horario. Por un lado, explorar de noche es prácticamente una misión suicida gracias a que, al igual que en la primera entrega, la oscuridad es muy realista y no se ve absolutamente nada, salvo que llevemos una linterna. Por otro, las manecillas del reloj interactúan con el mundo con realismo: personajes que cambian de posición en lugar de la hora del día, objetos comestibles que se pudren con el paso del tiempo, misiones que se dan por fallidas por no haber sido lo suficientemente rápidos… Dragon’s Dogma 2 es un juego realmente ambicioso en este sentido, y es uno de los motivos por los que es un título único en su especie.

Sin embargo, tanta ambición tiene un precio, pues la cantidad de recursos que requiere procesar todo lo que el juego mueve en un segundo plano hace que a nivel técnico resulte un título con altibajos. El diseño artístico es fabuloso y consigue transmitir a la perfección esa sensación de mundo hostil y peligroso, pero por doquier hay texturas a muy baja resolución y elementos que no lucen todo lo bien que deberían. Además, la tasa de imágenes por segundo es bastante inestable y hay un efecto de emborronamiento muy notorio al mover la cámara.

En cualquier caso, cualquier defecto técnico queda opacado por el mero hecho de que la existencia de Dragon’s Dogma 2 resulta casi un milagro. En una industria plagada de mundos de cartón piedra que unicamente ofrecen al jugador una falsa sensación de libertad -pues las misiones están coreografiadas al milímetro y el mundo abierto solo acaba siendo una excusa para sumar horas de contenido a base de incorporar decenas de tareas repetitivas, monótonas y predecibles- la nueva obra de Capcom supone un puñetazo en la mesa y una ruptura radical con las convenciones de un tipo de género anquilosado.

El mundo abierto de Dragon’s Dogma 2 está plenamente justificado al tratarse de un ente vivo, orgánico, en constante evolución, que acaba resultando el gran protagonista del juego. Cada misión es una gran nueva aventura en la que pueden surgir tantos imprevistos y situaciones que la experiencia, lejos de resultar un mero tramite, acaba resultando ser totalmente distinta para cada persona, logrando que cada jugador pueda tejer su propia historia repleta de anécdotas y recuerdos. Ojalá algún día todos los mundos abiertos acaben siendo como Dragon’s Dogma 2.