En los tiempos que corren, la proliferación de los videojuegos que se acogen a la fórmula que From Software ha convertido en fenómeno está de moda. Eso debimos pensar cuando hace años vimos la presentación del título que tenemos entre manos, Sinner: Sacrifice for Redemption. Cuando lo vimos en movimiento, prácticamente todos dimos por sentado que estábamos ante una suerte de Dark Souls… Nada más lejos de la realidad: Dark Star decidió alejarse de lo previsible y apostar por un Boss Rush pensado por y para que el jugador trate de expiar sus pecados.

Lujuria, Pereza, Ira, Gula, Avaricia, Soberbia y Envidia. Los siete pecados capitales, esa serie de vicios mencionados en las primeras enseñanzas del cristianismo. El ser humano tropieza una y otra vez con ellos ¿no? Sinner: Sacrifice for Redemption acierta de pleno al representar cada uno de ellos con un temible jefe final concebido exclusivamente para castigarnos y hacernos reflexionar. Una temática de lo más interesante, integrada con brillantez en una propuesta cuyas mecánicas principales no son otras que el clásico ensayo y error, la libertad a la hora de elegir el orden de las batallas y la penalización permanente que hace que el siguiente paso siempre sea más exigente que el anterior. Porque no, no estamos ante otro clon de Dark Souls; estamos ante algo mucho más sofisticado.

Lo primero que llama poderosamente nuestra atención es que aquí no tenemos la posibilidad de dar forma a nuestro personaje. Ni siquiera podemos otorgarle un nombre y lo más llamativo: tampoco elegimos qué tipo de arma, equipamiento u objetos portamos. Solo existe una build y está preconcebida, haciendo que la personalización brille por su ausencia. Todos los personajes son iguales y no hay opción alguna de modificar un ápice de sus características, dando lugar a una experiencia en la que lo único que marca la diferencia es la habilidad de cada jugador.

No obstante, sí que hay algo que podemos modificar en función de nuestras decisiones: nuestra penitencia. Y es que Dark Star nos permite escoger en todo momento el pecado que deseamos expiar. Sin transiciones ni secciones intermedias, nuestro personaje pasa de la pantalla de título a una especie de limbo en el que podemos cruzar siete puertas… previo pago. Abrir un portal conlleva sufrir una penalización, que puede ir desde reducir un 15% nuestra barra de salud, mermar nuestro poder ofensivo o elevar las posibilidades de sufrir una parálisis si un enemigo logra romper nuestro aguante durante la batalla. Siendo así, luego de aceptar que acceder a la batalla contra un jefe nos obliga a cargar con un condicionante negativo, el juego aún se guarda una sorpresa para nosotros: si logramos derrotarle, dicha penitencia nos acompañará hasta el fin de los días. Esta mecánica aporta un toque estratégico bastante interesante, y es que no es lo mismo comenzar por ese jefe que nos hará jugar todo lo que resta de juego con la vitalidad reducida que hacerlo con otro del que saldremos con nuestra capacidad ofensiva mermada. El juego nos obliga a ser consecuentes con las decisiones que tomamos. Imaginad lo que supone expiar seis de los pecados y enfrentarnos al séptimo con seis penalizaciones sobre nuestras espaldas…

Mención especial merece la elevada dificultad de la que presume el juego. En Sinner no hay un solo jefe asequible; todos cuentan con una abundante barra de salud, un variado set de movimientos y todos se reservan una sorpresa para ese momento en el que logramos dar con la tecla y pensar que estamos a punto de salir victoriosos de la batalla. Estudiar sus patrones de ataque y defensa, medir cada movimiento y tener mucha paciencia resulta indispensable para derrotarlos. Algo que hará las delicias de los jugadores más hardcore es la penalización que sufrimos al fracasar, que no es otra que la más antigua de todas: volver a empezar. Cuando nos dicen que el juego se resume en luchar contra siete enemigos únicos, podemos pensar que estamos ante un título de corta duración, y no es así; estamos ante una experiencia que requiere horas y horas de esfuerzo y dedicación.

Personalmente, tengo la teoría de que los jefes han sido diseñados inspirándose en Demon’s Souls, y es que encuentro bastantes similitudes con algunos de los combates más exigentes del título que From Software desarrolló para PlayStation 3: Tower Knight, Armored Spider, Dirty Colossus… No es que sean idénticos, pero tanto su aspecto como los patrones de movimiento que debemos contrarrestar me han recordado considerablemente a mis viajes a lo largo y ancho de Boletaria. Sea como fuere, el hecho de que estemos ante una posible fuente de inspiración no exime a Dark Star de haber creado una serie de combates fantásticos en los que las concesiones con el jugador son mínimas, y en los que cualquier cosa puede poner fin a nuestro viaje en un abrir y cerrar de ojos.

Resulta difícil recmendar Sinner: Sacrifice for Redemption, porque estamos ante un título que no está hecho para todos los públicos. Un jugador poco paciente o que no acostumbre a enfrentarse a experiencias en la que la frustración será su compañero de viaje lo pasará mal, así de claro. Por el contrario, resulta evidente que cualquier usuario afín a las propuestas hardcore, esas en las que sin dedicación y paciencia no tiene nada que hacer, verá evocados los mejores recuerdos de su infancia, cuando jugar con miedo a morir era el pan nuestro de cada día. Estamos ante uno de los títulos más complicados y frustrantes de la última década. Un título en el que la victoria no está garantizada incluso para esos que ya se prepararon para morir varias veces… Dark Star ha logrado concebir una experiencia muy interesante que, contra todo pronóstico, logra zafarse de las comparaciones para presumir de identidad propia. Si te gustan los Boss Rush, no dudes en emprender este viaje en el que —si eres capaz— podrás expiar tus pecados.

 


Este análisis ha sido realizado mediante una copia cedida por Another Indie