Hay muchas formas y medios de que gente que vive separada a miles de kilómetros, con barreras idiomáticas y culturales en muchos casos, puedan llegar a conectar a nivel emocional. Sin pretender frivolizar en absoluto, quizás la globalidad que ha alcanzado el deporte internacional durante bastantes décadas sea una de las más universales y fáciles de comprender. Competiciones mundiales, continentales, intercontinentales… cristalizadas de alguna manera en las Olimpiadas cada cuatro años. O como nos cuenta Despelote, a través de un mundial de futbol.
La ventana al pasado que ofrece mirar a la capital de Ecuador, al Quito del año 2001, con motivo de un evento antológico para este país, sirve para hablar de cosas como la familia, el día a día, lo cotidiano que tan feliz nos hacía, la visión a través de la nostalgia, y como esa ventana no es pura y transparente. Despelote es un videojuego narrativo de gran madurez que con esa visión a un momento y localización concretos, plantea lazos muy globales para cualquiera en este planeta.
Con un título que obviamente se presta a tantas ocurrencias como aquel Minabo, Despelote es la obra tremendamente personal de Julián Cordero, que no totalmente autobiográfica, un inciso importante en todo esto. Julián, con el trabajo a su lado de Sebastián Valbuena, y el apoyo como editora de la Panic de Thank Goodness You’re Here! y Arco, ha estado unos años armando algo más que volver a un momento concreto de su infancia, en unas fechas muy especiales para su país. Despelote despliega con una jugabilidad y desarrollo sencillos diferentes facetas, caras poliédricas juntadas con acierto para dar un relieve muy tridimensional del que sentiremos formar mucha parte.
En el verano de 2001, Ecuador se permite soñar con las estrellas. Es la primera vez en toda su historia que tienen muy clara la ocasión de clasificarse hacia un Mundial de Futbol, aquel de 2002 de Korea-Japón, que aquí en España nos llenó la boca con una hiel que costó quitar del paladar. Pero a casi nueve mil kilómetros de distancia, la cosa se veía de otra manera. Y además, su historia habría empezado cinco años atrás.
En la capital del país, en Quito, el joven Julián hace su día a día junto a sus padres y su hermana, con sus amigos, acudiendo a la escuela, disfrutando de sus momentos fuera de ella, pateando en muchos casos un balón a la menor ocasión. Esas ocasiones crecerán en todo el país a partir de entonces y hasta nuestros días.
Cinco partidos separaban a Ecuador de la tan ansiada clasificación al Mundial 2002. La victoria por 1-2 de Ecuador frente a Perú en Lima movió los ánimos y los corazones «¿De verdad podemos lograrlo? ¡Claro que sí, flaco!» Despelote empieza a jugarse de forma muy ingeniosa durante ese momento, en casa de la familia de Julián. Podríamos decir que el juego consta de cinco capítulos, correspondientes a los cinco partidos que Ecuador jugó aquel verano-otoño. Contra Perú, Argentina, Colombia, Bolivia y Uruguay. Pero entre ellos caben más cosas y más volcados personales de Julián Cordero.
Acudir a la escuela, aguantar las clases, ese recreo que tanto esperábamos tras ellas, jugar con nuestros amigos, nuestra casa, ese parque que se nos antojaba enorme y maravilloso de chavales, el picotear algo, las interacciones con la gente, esos mayores que nos caneaban, esas gamberradas blancas, nuestros compromisos, nuestros padres… mientras a nuestro alrededor la pasión por la selección de Ecuador da una ilusión a un país que realmente la necesita mucho.
Por eso Despelote es tan global, porque nos podemos reconocer en muchísimas cosas que viviremos con Julián durante las dos horas que le acompañaremos. Meternos dentro de él es sencillo, vemos con sus ojos en primera persona, un botón para interactuar o saludar, algunos momentos de uso de los gatillos del pad, y el stick derecho para darle patadas a todos esos balones que no dejaremos de encontrar y disfrutar. Y a otros objetos también.
El mundo se nos presenta, y pido perdón por el gafapastismo, de la sustancia con la que se construyen los recuerdos y la nostalgia. Porque los personajes y elementos de cierta importancia aparecen planos y abocetados en blanco y negro, en un mundo construido a través de imágenes reales tramadas y difusas, pero también, sólidas de colores y aspecto muy apacible y amigable. La dirección artística de Despelote es tremendamente encomiable.
Y encima es toda una suerte para quienes seamos hispanohablantes el contar con un doblaje español, presentado de forma muy natural y cotidiana. Las localidades de la lengua en aquel país no confrontan en absoluto con la enorme accesibilidad que ofrecen los personajes y sus voces para cualquier oyente de este idioma, esté en Europa o el continente Americano. La plétora de voces que suenan a nuestro alrededor en un barrio que nos vamos a conocer casi como el nuestro, se suman a retransmisiones de archivo de los partidos, periódicos, carteles, y los anuncios y publicidad reales de aquellos momentos, para darle aún más valor al trabajo artístico de Despelote.
Como apunte, los chochos son similares a alubias o judías, parecidos a nuestros altramuces aquí en España. Si estáis leyendo esto siendo españoles, no sobrará esta pequeña aclaración.
Como he dicho antes, Despelote se extiende hasta unas dos horas. Y es que el tiempo es algo también importante. Esos momentos callejeando en el barrio con nuestros amigos, disfrutando del parque, con tiempo parece que de sobras hasta que nuestra madre venga a buscarnos o debemos volver a casa, muchas cosas que podremos y querremos hacer… que se nos quedarán cortas como nos pasaba cuando éramos chavales. Lo he dicho también antes, Despelote despliega de forma muy madura valores y situaciones bastante universales que harán que prácticamente cualquiera encuentre algo en lo que volcarse mientras somos Julián.