Hubo un tiempo en el que el Survival Horror era uno de los géneros dominantes en el siempre cambiante mundo de los videojuegos. Durante el periodo comprendido entre finales de los 90 y mediados de los 2000, y siguiendo la estela de pioneros como Alone in the Dark o el posterior Resident Evil, innumerables juegos apostaban por plantear conceptos similares: cámaras fijas, controles tanque, escasez de recursos, búsqueda de objetos clave para poder continuar avanzando y puzles más o menos enrevesados.

Esto fue especialmente cierto durante la etapa de PlayStation 2, autentica era dorada del género. En esta época el género estaba ya en plena madurez y se alcanzaron las cotas más altas de calidad, pero, al mismo tiempo, se produjo un estancamiento creativo que, junto a la llegada de nuevas tendencias que empujaron los gustos del público hacia propuestas más enfocadas a la acción descarnada, acabó condenando al género y sumiéndolo en un nicho que lo llevó prácticamente a su desaparición.

Sin embargo, como ha pasado en otros tantos géneros, los niños y adolescentes que crecieron jugando a Silent Hill 2, Clock Tower 3, Cold Fear u Obscure, por nombrar solo algunos ejemplos, ahora comienzan a tomar las riendas creativas de la industria y muchos han decidido rescatar sus memorias de la adolescencia del baúl de los recuerdos. Se vive así una autentica fiebre remember que ha venido de la mano de una segunda juventud del género, capitaneada por los desarrolladores independientes que pueden afrontar sus proyectos con mayor libertad e independencia. Es en este contexto en el que se publica este Hollowbody, una autentica carta de amor al Survival Horror de PlayStation 2. Desarrollado por completo por una sola persona, Nathan Hamley bajo el sello de Headware Games, Hollobody se propone homenajear una época grabada a fuego en la memoria de millones de jugadores.

La ambientación de Hollowbody mezcla la ciencia ficción y el ciberpunk con la sensación de inquietud y mal rollo que transmiten títulos como Silent Hill 2. La historia se sitúa en un futuro cercano en el que se ha producido una gran calamidad que ha obligado a desalojar y aislar grandes zonas de Inglaterra. El jugador encarna a un androide que se adentra en una de estas zonas en una misión de rescate, con lo cual el lugar en el que transcurre la aventura no deja de ser muy semejante a cualquier ciudad del presente.

La narración se desarrolla principalmente a través de archivos de texto y audio que el jugador debe descubrir. Si queremos averiguar qué ocurrió durante gran catástrofe y por qué ahora la ciudad está abandonada, es clave tratar de encontrar todos los documentos. Y es que, a pesar de empezar como una historia personal de rescate, la historia termina centrarse más en la construcción del mundo que en la de los personajes, de forma que perderse un archivo o una transmisión de audio puede hacer que nos acaben faltando detalles clave para hilar la historia en su conjunto.

El comienzo del juego es particularmente duro y anticlimático, pues Hollowbody arranca con una larga primera escena en una playa, con un puñado de personas equipadas con trajes de seguridad. Esta especie de prologo resulta lento y confuso, con cansinas caminatas a través de un paisaje feo mediante las cuales nos irán contando cosas sin apenas contexto como para comprender lo que se nos está diciendo. No ayuda, por cierto, que todos los textos del juego estén en inglés y que el nivel necesario para comprenderlos resulte más elevado de lo que podríamos pensar en un principio. Por suerte, y en un giro que resulta un tanto brusco, el juego cambia rápido de tercio y nos lleva a una ambientación urbana más reconocible y detallada.

Hollowbody, a diferencia de muchos juegos de terror modernos que se centran más en el sigilo, la ocultación y los enemigos invencibles que te acechan, se juega como un Survival Horror tradicional de la era dorada del género. Su jugabilidad nos devuelve la tradicional mezcla de resolución de puzles, exploración y toma de decisiones difíciles sobre en qué combates participar y qué enemigos evitar.

Para ello el juego nos ofrece dos esquemas de control. Uno de ellos es más familiar para los jugadores modernos, con el personaje moviéndose en la dirección que pulsas, y el otro es el control «tanque» tradicional del género. A algunos jugadores, especialmente los menos curtidos en los clásicos, los controles tanque les resultan incómodos, pero yo nunca he tenido problemas con ellos en este tipo de juegos. Me parecen más naturales, sobre todo si tenemos en cuenta los ángulos fijos de la cámara, y nos permiten hacer autenticas virguerías una vez que nos acostumbramos a ellos.

El combate es aceptable, sin grandes virtudes pero sin defectos destacables. Los enemigos nos hacen mucho daño y los objetos curativos son muy escasos -aunque se puede escoger entre varios modos de dificultad-, por lo que el combate cuerpo a cuerpo, aunque sea una opción, queda muy pronto descartado. En su lugar trataremos de utilizar nuestras armas para combatir a distancia, para lo cual se ha incluido una especie de modo bloqueo de objetivo que nos pone constantemente frente al enemigo mientras nos movemos. Esta función por sí sola ya consigue que el combate sea más manejable que el otros Survival Horror en los que el apuntando se convertía en una tortura. Dicho esto, las municiones escasean y apenas contamos con un puñado de armas a distancia, una de las cuales puede fallar con bastante facilidad.

Mención aparte merecen los puzles. No hay demasiados, puesto que Hollowbody es un juego bastante corto que no nos va a llevar más de cuatro horas en una primera partida, pero los que hay resultan interesantes y disfruté mucho resolviéndolos. Todos tienen una lógica clara y no son especialmente difíciles, pero se encuentran bien integrados y cumplen su función a la perfección.

Hollowbody, en definitiva, resulta un interesante homenaje a un momento muy especial dentro de la historia de los videojuegos. No innova, no aporta nada nuevo y se queda un poco corto en prácticamente todo lo que abarca, quizá por la limitación que supone que una sola persona desarrolle algo tan elaborado y ambicioso, pero nos ofrece un par de tardes de diversión con una propuesta que resulta indispensable para todo seguidor de la corriente más clásica del genero.