A la hora de rescatar cosas del pasado, por aquí han aparecido todo tipo de juegos, muchos buenos, algunas obras maestras, otros malos como pecados… pero con algún tipo de recuerdo interesante. Es decir, o bueno o malo ¿Y si aparece un título que en no pocos casos dejó más indiferencia que otra cosa? No la mía, por supuesto. Pero sí entre muchísimos jugadores, con un poso de falta de carisma y algo que lo destacase. A veces eso puede traer más olvido que la buena o la mala calidad. Pues hoy este retro quiero dedicarlo a un juego de repartir leña seguramente conocido, pero no especialmente valorado, Rival Turf!

De las manos de una veterana japonesa, Jaleco, nacida como Japan Leisure Company en 1974. Y finada en 2014. Cuarenta años justos de historia como desarrolladora y distribuidora de juegos, muebles de arcade… y productos para acuarios. En esta ocasión no me extiendo mucho: en su labor de desarrolladora tiene en su haber cosas como el The Astyanax de NES, Earth Defense Force en Snes, o Battle Unit Zeoth para Game Boy. No son nombres poderosos ¿Verdad? Ya como distribuidora su labor fue muy extensa, yendo desde juegos de Ultimate Play de Game, hasta cosas como el Maniac Mansion de NES, Jurassic Park y King Arthur’s World en Snes, o Q*Bert para Game Boy. Sin duda estos ya sonarán mucho más al lector. Algunos se pasearán por esta sección, por supuesto.

Pero también hay que hablar de CAPCOM -otra vez- y su mitológico Final Fight. Cuando algo triunfa poderosamente crea escuela, y justamente el mundo del ‘yo contra el barrio’ ha tenido una cantidad enorme de miembros de olvidado nombre. El juego de Cody, Guy y Haggar fue un volcán en 1989, y este Rival Turf! fue un discípulo no especialmente aventajado, motivo por lo que es fácil obviarlo, o recordarlo sin demasiado sentimiento. La verdad es que es lo suyo, es uno más de los cientos de miles de títulos de cierta calidad que no consiguen diferenciarse.

Aquí en España, un vídeo de la Hobby Consolas, presentando las bondades de la recién lanzada Super Nintendo en 1992, hizo ilusionar y soñar a miles de chavales que empezaban a tener la cara llena de granos, o les tocaría en breve. Ahí pudimos conocer este juego, en un fugaz instante visual. Para mí, suficiente. Porque si un género me ha sacado las monedas de veinticinco pesetas en los salones recreativos es el ‘yo contra el barrio’. Y sea en ellos, o en simples cafeterías o tascas callejeras, he visto aparecer juegos de este género que décadas después ni recuerdo el nombre. Juegos que iban y venían, con menos perdurancia que los clásicos que todo aquel que se acerque a una sección retro como esta no precisa que le recuerden.

En dicho vídeo aparecía un matamarcianos también de aspecto resultón, el mentado arriba Earth Defense Force. Un género que al igual que el brawler, tiene cantidades enormes de representantes muy poco conocidos pero igualmente, satisfactorios y divertidos, que no han sabido destacar o diferenciarse. Mira, dos títulos de Jaleco menos conocidos o considerados, no es casualidad.

El juego en Japón se llamó Rushing Beat, la portada estadounidense fue más…limitada, así como la europea, que acabáis de ver. Ese es el asunto, un juego que dista mucho de ser malo, de hecho, es bueno y divertido, pero más anodino. Pero también digo ¿Y qué más da?

Si algo fallaba y nos decepcionó bastante la conversión de Final Fight de Super Nintendo es que no tenía dos jugadores simultáneos. Es algo casi herético dentro del género, una vez cristalizó en Renegade y Double Dragon. Esos beat’em up sin nombre en mi memoria tenían dicha opción, por eso nos sacaban el dinero tan fácilmente. A la pasión de ser un héroe a base de puñetazos y patadas, se le une serlo con otro amigo a tu lado. Y Rival Turf! tenía ese ‘2 players’, con la agradecida opción de desactivar el zurrar por accidente <o no….> a nuestro compañero.

Pues el juego tiene menos que explicar que todo lo que habéis estado leyendo: secuestran a la novia del protagonista, Jack Flak, por no sé qué movidas de que tiene pruebas contra el malvado imperio criminal de turno. Lo cachondo es que la muchacha ni sale durante todo el juego, ni en la secuencia final. Si lo hace en la versión japonesa, con mayor número y extensión de escenas, con más diálogos y explicaciones. Bah, no nos hacía ninguna falta. Solo necesitábamos saber que había que ahostiar a los malos, y que teníamos a otro personaje a nuestro lado, el policía ‘Oozie’ Nelson.

Jugando solos podíamos escoger a cualquiera de los dos personajes, siendo Jack más ágil y Oozie más contundente, pero agradeciendo no tener a un Haggar que funciona mejor acompañado. Ambos funcionan perfectamente solos, pero los buenos momentos que hayamos tenido con este juego son luchando ambos codo con codo.

Así que el juego es luchar de las maneras y modos conocidos que Final Fight estableció. Pero esto también se extiende a la estética incluso, con esos kinkis con pintas de esas que nadie se pondría ni en carnaval, en algunos casos. El control de los personajes sigue dicha línea, aunque podemos correr, realizar un golpe bajo, y tenemos un modo rabia que, tras recibir leña, nos hace invencibles durante un corto periodo de tiempo. Luego ya nos toca movernos por el mundo para cumplir nuestra misión… literal.

Si el gameplay e identidad visual no sobresalen por su inspiración, al menos la aventura ofrece algunos momentos… mmmm, curiosos. Tenemos seis fases, y tres de ellas se desarrollan en la costa oeste de Estados Unidos. Pues las tres siguientes nos trasladan del Pacífico al Atlántico en Sudamérica. Chocante para una historia «Calles de Fuego», pero ¿Y nos hacíamos preguntas al encontrarnos un puñetero templo al final de Double Dragon? Quizás sí, pero nunca necesitaron respuesta, y aquí tampoco.

Venga ¡Que al final de la primera fase había un tipo que parecía Simbad el Marino! O sea, recorremos a golpes una barriada, y a las puestas del estadio de Los Ángeles nos sale un tipo así con una puñetera espada clásica. El juego tiene sus toques aunque no sean especialmente diferenciadores.

Y que el jugar en El Cerebro de la Bestia posibilitaba tener una gran fluidez, color, tamaño de sprites, voces digitalizadas y música que sonaba a recreativa. No, aquí no me voy a matar a glosar aspectos técnicos, que ni la misma música fue de las que me dejaron huella. Pasa que nada fue malo, todo funcionaba, como pasaba en aquellas cafeterías con esos juegos de dos semanas. Solo que aquí jugábamos en casa y con amigos.

El jefe de la segunda fase hasta llevaba el ‘loro’ <radiocasete para los jóvenes> al hombro. El de la tercera nos hacía una peineta antes de su ataque poderoso. En la cuarta, peleábamos en una jungla y unas fabelas. Y llegamos al jefe final y ¡Viva la Pepa! Porque el jefe de semejante sindicato criminal internacional, iba con un traje de artes marciales y usaba golpes de chi y ¡Lanzaba ‘hadokens’ por la boca!

Luego hay cosas menos trabajadas, como que no hay armas de contacto hasta la quinta fase. Al árabe del final de la primera fase le podíamos quitar la espada, pero hasta el quinto nivel solo había armas arrojadizas. De hecho, los cuchillos se quedaron en EEUU, y en las tres fases sudamericanas tenemos explosivos y esa herramienta para machacar malotes. Repetición de enemigos con diferentes colores, los usuales tres sprites enemigos en pantalla, items limitados en número y aparición… Las comparativas hacen daño.

Pero no dejo de recalcar que era un juego divertido aunque jugases solo. Poca chispa, pero ritmo perfecto para no pensar demasiado en lo que no había y como era lo que si había.

Algo como ese gif era lo que nos enseñaba el VHS de Hobby, y Jaleco consiguió el aprobado, y algo más jugando a dobles. De hecho, este juego es el primero de la llamada Rushing Beat Trilogy, siguiendo Brawl Brothers y The Peace Keepers. Bueno, eso ya serán otras historias.

Aquí nos detenemos en un juego de esos que me alegra recordar por su diversión pura, frente a sus carencias y falta de identidad. Por eso nos gustan los videojuegos ¿No? Porque buscamos divertirnos con ellos, sobre todo en los tiempos pasados más sencillos y directos.

«Emociona salir en una entrada retro, Jack – Y que lo digas, Oozie»