A lo largo de los últimos años hemos visto cómo ciertos estudios independientes han encontrado un camino muy personal dentro del mundo de los videojuegos. Títulos como Journey, ABZÛ o el más reciente Jusant son ejemplos claros de ello. Okomotive, el equipo suizo responsable de los preciosos FAR: Lone Sails y FAR: Changing Tides, vuelve a demostrar que sabe hablar con imágenes y mecánicas jugables mucho mejor que con palabras. Herdling, publicado por Panic, nos coloca en la piel de un joven pastor en un mundo aparentemente devastado por algún tipo de catástrofe, donde la supervivencia y el cuidado se entrelazan en una experiencia tan emocional como jugable. Lejos de la acción desenfrenada típica o de mecánicas complejas, este título opta por una propuesta íntima, reflexiva y con un trasfondo postapocalíptico sugerido, donde nuestra misión es simple en apariencia: guiar, proteger y cuidar a un rebaño de criaturas llamadas Calicornios en una travesía hacia lo alto de las montañas.

La historia de Herdling se cuenta sin palabras, como ya es habitual en la trayectoria del estudio. No hay diálogos ni textos -más allá de los que nos indican qué botón pulsar y la acción a realizar-, sino un viaje marcado por los paisajes, los cambios de clima y las emociones que transmiten los Calicornios. La narración nos lleva a través de montañas nevadas, bosques misteriosos y valles silenciosos, siempre con la sensación de que caminamos por las ruinas de un mundo casi desolado. Aunque nunca se explica de manera literal qué ha ocurrido, y en algún momento se adivina que tampoco estamos solos, la carga emocional está presente en todo momento, al igual que la tensión que se respira cuando el peligro acecha. Es una de esas historias que no necesitan ser contadas con frases, porque se sienten y se comprenden de forma orgánica e intuitiva.

El corazón del juego está en su jugabilidad, que combina el avance y la exploración pausada con la gestión emocional del rebaño. Nuestro bastón sirve como herramienta para dirigir a los Calicornios, aunque no responden con precisión, sino de forma orgánica, teniendo en cuenta sus propias características y necesidades. Podemos ordenarles detenerse, moverse con calma o lanzarse a correr, pero siempre habrá un cierto margen de autonomía. Esa imprevisibilidad añade vida a la experiencia y, lejos de resultar frustrante, convierte cada tramo en un pequeño reto de coordinación. A lo largo de la aventura encontramos obstáculos naturales que bloquean el camino: troncos caídos, pendientes imposibles o muros de piedra que solo se superan cuando los Calicornios, cargados de energía recolectada en flores especiales, se lanzan en estampida. Estos pequeños puzles que salpican nuestro viaje son los encargados de proponer variedad a Herdling y aunque no suponen un reto real, se agradecen.

Pero no todo es avanzar. Los Calicornios son criaturas que hay que cuidar y tienen sus propias necesidades. El terreno abrupto, las espinas escondidas o los depredadores alados ponen a prueba nuestra capacidad de protegerlos. Ver cómo uno de ellos tropieza o cae herido nos preocupa, y es en esos momentos donde el juego brilla en lo emocional: podemos acariciarlos, curarlos y devolverles la confianza. En los descansos alrededor de la hoguera surge la otra cara de la experiencia, la del vínculo personal. Allí podemos limpiar su pelaje, jugar con ellos, decorarlos o simplemente observar cómo se relacionan entre sí. Nombrarlos y ver cómo cada uno desarrolla pequeñas particularidades en su carácter hace que, sin darnos cuenta, empecemos a sentirlos como parte de una familia. Esa conexión es la que convierte cada pérdida de un Calicornio en algo doloroso y cada logro en algo profundamente satisfactorio.

El apartado audiovisual es, gracias a su acabado artístico, impresionante. Okomotive ha llevado su estilo minimalista de títulos anteriores a un nuevo nivel de madurez. Los paisajes alpinos transmiten una belleza serena, con cielos cargados de nubes, valles cubiertos de niebla y montañas que parecen inmensas e inalcanzables. La dirección artística se apoya en una paleta contenida pero muy expresiva, logrando que cada escenario cuente algo sin necesidad de palabras ni de un despliegue técnico a la última. La animación de los Calicornios merece mención aparte: sus movimientos, sus miradas y hasta la forma en que reaccionan al entorno destilan una naturalidad y un mimo del estudio por el detalle.

La música, suave y ambiental, refuerza esa mezcla de calma y melancolía que define la aventura, con piezas que se elevan con más ritmo en los momentos de estampida y se recogen en las escenas más íntimas y personales. En cuanto al rendimiento, es justo apuntar que aunque las versiones de PlayStation 5, Xbox Series X|S y PC son sólidas y estables, la versión de Nintendo Switch necesita aún cierto trabajo del estudio para mejorar principalmente su rendimiento en momentos de más carga y algunos bugs menores, además de que una revisión visual para Nintendo Switch 2 sería más que bienvenida.

Más allá de la campaña principal, Herdling no se distrae con modos secundarios ni añadidos superficiales. Es un juego centrado, que apuesta todo por la experiencia, a su viaje y a la relación entre el jugador y sus criaturas. Sí encontramos detalles que enriquecen la aventura, como la posibilidad de personalizar a los Calicornios con adornos que iremos encontrando durante nuestro viaje o de rejugar tramos con la intención de salvar a todos sin dejar a nadie atrás. Aunque bastante secundaria, es una forma de añadir cierta rejugabilidad sin romper la esencia contemplativa del conjunto.

Al terminar Herdling nos queda la sensación de haber vivido algo pequeño en escala pero enorme en lo que transmite. Es un juego que no necesita palabras para hablarnos de pérdida, compañía y esperanza, y que consigue emocionarnos sin apenas una línea de texto gracias a estos extraños Calicornios a los que guiamos hasta un nuevo hogar. Puede que no sea la aventura narrativa más larga ni la más compleja, pero sí es una de esas experiencias que se quedan grabadas porque nos recuerdan que incluso en los mundos más desolados, siempre hay espacio para los lazos que construimos en el camino.