Corría el año 1986 cuando los arcades japoneses recibían un juego que estaría llamado a crear historia en el mundo de los videojuegos, obviamente nos referimos al Bubble Bobble original, donde unos dragoncitos llamados Bub y Bob, hermanos ellos, tenían que enfrentarse a hordas de enemigos con una mecánica tan curiosa como divertida, atrapándolos con pompas que ellos mismos lanzaban y haciéndolas explotar con el contacto. Este arcade de Taito Corporation alcanzó la popularidad bastante pronto y comenzaron las conversiones domésticas a consolas y ordenadores de la época, y las secuelas, de variada índole, continuistas, o bastante distintas, como Rainbow Islands o Parasol Stars. También se explotaron diversos spin-offs como el conocidísimo Puzzle Bobble.
Bubble Bobble Sugar Dungeons es la nueva entrega de la franquicia desde Bubble Bobble 4 Friends de 2019. A diferencia de este, Sugar Dungeons no es una vuelta al esquema de pantallas fijas ni un simple lavado de cara, sino un intento deliberado de reinterpretar la esencia de la serie a través de estructuras modernas, más abiertas y con un fuerte componente de progresión y rejugabilidad. Esto se ha conseguido implantando varias mecánicas roguelite, tan populares actualmente, que a decir verdad tampoco encajan tan mal en la propuesta de esta entrega.
En esta ocasión, Bub vuelve a ser el protagonista principal de una aventura que como es habitual presenta un tono deliberadamente ligero, casi de cuento, apoyado en una estética “azucarada” que da nombre al juego. El argumento, sin entrar en spoilers, sirve como excusa funcional para justificar la exploración de una serie de mazmorras cambiantes y un enorme castillo interconectado, donde algo ha alterado el equilibrio del mundo y ha provocado la aparición de criaturas hostiles y escenarios inestables. El juego introduce pequeñas pinceladas narrativas, personajes secundarios y breves escenas que aportan contexto, cumpliendo su función sin entorpecer el ritmo del juego ni desviar el foco de lo verdaderamente importante, jugar.

Donde Sugar Dungeons empieza a marcar distancias con la Bubble Bobble clásica es en su estructura. Aquí no avanzamos simplemente superando pantallas numeradas, sino que nos adentramos en mazmorras generadas de forma semi-procedural, con disposiciones variables, rutas alternativas y una clara vocación de rejugabilidad. Cada incursión se siente distinta, obligándonos a adaptarnos a la colocación de plataformas, enemigos y trampas. Aun así, el juego es inteligente al no romper del todo con la identidad de la franquicia y seguimos atrapando enemigos en burbujas, lanzándolos contra otros enemigos o haciéndolos estallar para recoger ítems y obtener puntos por ello.
La jugabilidad se apoya en una base muy sólida y totalmente contrastada, pero amplía sus posibilidades gracias a un sistema de progresión que introduce habilidades desbloqueables, mejoras pasivas y pequeñas variaciones en la forma de jugar. A medida que avanzamos, Bub puede modificar el comportamiento de sus burbujas, ganar nuevas opciones de movilidad o potenciar el daño y los efectos especiales. Estas mejoras no solo aportan sensación de crecimiento, sino que cambian de forma real cómo afrontamos cada desafío, incentivando la experimentación y evitando que la experiencia se vuelva repetitiva tras varias horas.
El castillo central funciona como eje de la experiencia. Frente a las mazmorras aleatorias, este gran escenario interconectado apuesta por un diseño más artesanal, con rutas que se abren poco a poco, secretos que requieren habilidades concretas y enfrentamientos más complicados. Aquí es donde el juego más se aproxima a una aventura de exploración clásica, casi con tintes de metroidvania suave, y donde se percibe un mayor cuidado en el diseño de niveles. Alternar entre este castillo y las incursiones a las Sugar Dungeons aporta cierta variedad que es de agradecer en un título con una vertiente tan arcade.

A nivel técnico y audiovisual, Bubble Bobble Sugar Dungeons apuesta por una estética colorida, brillante y muy coherente con su temática. Los escenarios están cargados de detalles y animaciones suaves, sin caer en la saturación excesiva. Bub y el resto de personajes cuentan con animaciones expresivas con tono desenfadado, y los enemigos destacan por su variedad visual, incluso cuando algunos comparten comportamientos similares.
El apartado sonoro acompaña con melodías alegres y pegadizas, que reinterpretan el espíritu clásico de la saga. La música varía según el tipo de mazmorra o zona del castillo, ayudando a diferenciar espacios, mientras que los efectos de sonido mantienen ese encanto tan reconocible de Bubble Bobble, con burbujas, explosiones y pequeños detalles que resultan inmediatamente familiares.
Como añadido especialmente interesante, el juego incluye contenido clásico de la franquicia, muy de agradecer en títulos de esta índole. Es un detalle que encantará a los veteranos y que puede servir de puerta de entrada para jugadores más jóvenes curiosos por descubrir las raíces de Bub y compañía.

En conjunto, Bubble Bobble Sugar Dungeons es una reinterpretación valiente y bastante acertada de una franquicia histórica. No busca ofrecer más de lo mismo ni competir directamente con las entregas más clásicas, sino que busca ofrecer una experiencia distinta, más larga, más profunda y con una clara evolución, sin traicionar su esencia. Tiene sus momentos de repetición y algunas ideas podrían haberse explotado mejor, pero el resultado final es entretenido y, sobre todo, muy honesto con lo que quiere ser.
Nos encontramos ante un juego que entiende el legado de Bubble Bobble y se atreve a llevarlo por caminos nuevos, combinando las mecánicas clásicas de la saga, totalmente reconocibles, con elementos modernos como las mecánicas roguelite que en principio encajan bien con la propuesta pero a su vez también genera ciertas asperezas como cierta repetitividad y algunos picos de dificultad. Puede que no sea la entrega definitiva de la saga, pero sí una evolución interesante y con personalidad. Un título que demuestra que, incluso después de décadas, Bub sigue teniendo cosas que decir… y burbujas que lanzar.

