No cabe duda de que From Software ha conseguido algo solo al alcance de aquellos destinados a ocupar un lugar especial cuando dentro de algunas décadas se hable de la historia del videojuego con el mismo rigor y entusiasmo con el que hoy se habla de la historia del cine o de la literatura. Su saga Souls se ha convertido en un icono generacional y sus marcadísimas características jugables/estéticas se han convertido en una inspiración para un buen número de desarrolladores, aunque probablemente una de las consecuencias más interesantes sea la importante influencia que han ejercido a la hora de renovar y revitalizar los metroidvania mediante el mestizaje de sus mecánicas. Es el caso de Death’s Gambit, el debut de los californianos de White Rabbit, en el que nos encontramos con un sentido homenaje a la obra de los japoneses, de la que bebe sin ningún tipo de disimulo.

Aquí, como en los Souls, nos situamos en un mundo fantástico de inspiración medieval en el que la muerte juega un papel primordial. Tanto es así que en los primeros dos minutos de juego nuestro personaje se verá atado a un contrato que lo llevará a convertirse en un agente de la propia Muerte, así que con esta premisa inicial no resulta sorprendente saber que nos reencontraremos numerosas veces con nuestro nuevo jefe mientras recorremos el camino necesario para cumplir su encargo. Sin embargo, y a diferencia de los Souls, Death’s Gambit no solo nos penaliza muy poco por morir, sino que incluso se podría decir que nos recompensa. Cada determinado número de muertes, o también al morir en lugares muy determinados, se activarán diálogos o secuencias a modo de flashback que servirán para profundizar en una historia bastante más interesante de lo que parece a primera vista, aunque su interés se vea reducido por lo disperso y fragmentado de la narración.

Es una decisión afortunada que la muerte se trate con esta levedad, ya que, por desgracia, la tosquedad de los controles y los desbalanceos en el sistema de combate van a provocar que en más de una ocasión demos con nuestros huesos en el suelo de forma un tanto injusta. El sistema de colisiones no acaba de funcionar del todo bien, haciendo extremadamente problemático el uso del escudo debido al desorbitado nivel de precisión que se requiere a la hora de situarnos para poder parar un golpe, generando una importante sensación de frustración cuando, pese a todo nuestro esfuerzo, vemos como el enemigo nos golpea y nos reduce una parte sustancial de nuestra barra de vida sin que podamos asumir el error defensivo como propio. La lentitud en la respuesta, la obligación de utilizar el stick analógico en detrimento de la cruceta o la imposibilidad de encarar a nuestros enemigos serán también otros de los aspectos que nos causaran quebraderos de cabeza en más de una ocasión, agravados por el elevado nivel de exigencia que nos va a suponer cualquier enfrentamiento, especialmente cuando estemos frente a alguno de los numerosos y temibles jefes finales.

La experiencia que ofrece Death’s Gambit está a punto de verse arrastrada al fango por culpa de todos estos problemas, pero el titulo consigue redimirse gracias a la brillantez alcanzada en los aspectos relacionados tanto con el apartado artístico como con la estructura que entrelaza los escenarios.  Es cierto que combatir puede ser un dolor, pero no es menos cierto que nos encontramos ante enemigos a los que se ha dotado de una buena colección de movimientos y que hacen gala de diseños de exquisita factura. El pixel art, recurso tantas veces utilizado para justificar carencias artísticas, de Death’s Gambit es de una muy alta calidad y consigue transmitir perfectamente la sensación de belleza decadente de su universo, haciendo además gala de una sorprendente variedad de ambientaciones. Es una gozada avanzar por sus niveles desbloqueando el camino a seguir y esquivando las numerosas trampas, colocadas de forma muy inteligente, mientras, poco a poco, vamos descubriendo nuevas habilidades y objetos que nos permitan regresar sobre nuestros pasos para desbloquear puertas cerradas o llegar a caminos hasta entonces inalcanzables, aunque la escasa duración del juego (alrededor de las 10-12 horas) tampoco da para excesivas complicaciones.

Es, en definitiva, una propuesta plagada de contrastes y de altibajos. Una buena piedra de toque para un prometedor estudio de desarrollo, pero también uno de esos juegos ante los que es inevitable lamentarse por la oportunidad perdida. Con unos controles más pulidos y un par de vueltas de tuerca al sistema de combate podríamos haber estado frente a un título notable.

 


Este análisis ha sido realizado mediante una copia cedida por Adult Swim