Abres los ojos y lo que ves es una ciudad desierta, sumida en una especie de noche eterna, en la que una barrera de niebla no te deja moverte con libertad. Te sorprendes, casi entras en pánico, pero la cosa se vuelve todavía más confusa y aterradoras cuando descubres que acabas de morir y que alguien intenta poseerte con el objetivo de utilizar tu cuerpo como herramienta para lograr sus fines. A pesar de la confusión, su presencia te reconforta y se convierte en un inesperado aliado en mitad del caos, dotándote de nuevos poderes sobrenaturales. No sabes muy bien quién es, pero parece conocer perfectamente lo que está sucediendo en la ciudad y culpa de todos estos extraños acontecimientos a un misterioso ser enmascarado con el que no tardaras en cruzarte.

Esta es la atrapante premisa de Ghostwire: Tokyo. Los primeros minutos frente al juego son maravillosamente anárquicos y crípticos, cautivándonos con una fabulosa ambientación y con grandes dosis de atención por el detalle. Además, el control es muy responsivo y la ciudad, aunque inicialmente esté muy acotada debido a paredes de niebla que no nos dejan avanzar, no tarda en abrirse para sorprendernos con las posibilidades de la exploración: rápidamente llegaremos incluso a vernos escalando y saltando entre los tejados más altos de la ciudad. Llega a parecer que Ghostwire: Tokio es una propuesta cargada de personalidad, carente de complejos y reminiscente de las grandes obras japonesas de autor como Killer 7 o Killer is Dead, alrededor de las cuales se ha generado un culto que ha perdurado con los años.

Lamentablemente, con el paso de las horas, resulta ser un título más conservador de lo que parecía inicialmente. Ghostwire: Tokyo no tarda en convertirse en un pastiche de las mecánicas más quemadas de los videojuegos de mundo abierto y el mapa de la ciudad acaba recubierto de actividades que podemos realizar. Es cierto que esto no es malo per se y que Ghostwire: Tokyo no deja en ningún momento de ser un videojuego entretenido, pero es inevitable que la fórmula decaiga con el paso de las horas y que uno llegue al punto de acabar preguntándose como es posible pasar del derroche inicial al enésimo mapa kilométrico recargado de iconos.

Los contenidos opcionales no tardan en hacerse repetitivos y la recompensa no resulta del todo gratificante, aunque algunos de los mejores momentos del juego se encuentran dentro de unas misiones secundarias que están muy elaboradas. En ellas se profundiza en las historias del folclore japones, resultando un auténtico regalo para cualquiera mínimamente interesado en sus leyendas, y nos permiten abstraernos un poco de la en ocasiones monótona exploración del mundo abierto y su sinfín de tareas. Además, estas misiones nos facilitan el acceso a áreas del juego que no se visitan durante la historia principal, algunas de las cuales son, con diferencia, las más terroríficas del juego, a pesar de que Ghostwire no llega a apostar en ningún momento por el terror visceral y se conforma solamente con plasmar una ambientación misteriosa e insana.

El combate, mecánica fundamental del titulo, no favorece la sensación de variedad. A un nivel básico no es demasiado distinto de cualquier juego de disparo en primera persona, aunque aquí la clave diferencial es que contamos con un sistema de poderes mágicos que lanzamos con nuestras propias manos, lo que hace que los enfrentamientos sean muy rápido y muy fluidos. Es muy divertido a los mandos y además no tarda en añadirnos nuevos poderes y en incorporar variantes: podemos realizar ataques cargados, hacer uso de talismanes para aturdir o despistar a los enemigos o aniquilarlos mediante el sigilo, entre otras opciones. Mención especial para la recolección de espíritus, un sistema de experiencia que nos abre el acceso a nuevas habilidades a cambio de absorber a los fantasmas que nos encontramos. No es una gran mecánica de progresión, puesto que la experiencia es abundante, pero su implementación resulta muy divertida, simulando el forcejeo con los fantasmas gracias a un buen uso de los gatillos del Dual Sense.

Sin embargo, la elevadísima cantidad de combates que debemos afrontar y la escasa variedad de enemigos terminan haciendo mella en el conjunto. No siempre apetece luchar contra hordas de enemigos, sobre todo cuando, a pesar de tener un gran diseño, estos enemigos se repiten constantemente.

Es una lástima que Ghostwire: Tokyo no llegue a conseguir ofrecer una experiencia diferente a lo que habitualmente encontramos en cualquier videojuego de mundo abierto. El carisma que muestra en cuanto a ambientación y estética no se ve acompañado a nivel jugable por culpa de su apego a todas y cada una de las convenciones del videojuego de mundo abierto de la pasada década, un modelo que, además, comienza a estar claramente obsoleto. La estructura del escenario, la manera en la que implementa los coleccionables y el diseño de misiones han resultado ser mucho menos originales de lo que parecía en un primer momento, dando lugar a un título que, si bien es sólido y entretenido, también se desinfla con el paso de las horas, cuando el titulo ya ha jugado todas sus cartas y cierta sensación de monotonía comienza a hacer acto de presencia.

Puede que Ghostwire: Tokyo haya resultado ser una pequeña decepción para el que escribe, quizá más por la expectativa de lo que podría haber llegado a ser que por tratarse de un mal producto, pero sigue resultando una experiencia muy sólida. La sobrecogedora y lúgubre representación de Tokyo, la espectacular puesta en escena, una historia que engancha y el cariño puesto en el juego a través de una exagerada y enfermiza atención al detalle hacen que sea recomendable darle al menos una oportunidad.

 


Este análisis ha sido realizado en PlayStation 5 mediante una copia cedida por Ziran