The Legend of Zelda: Link’s Awakening es uno de los títulos más especiales de toda la franquicia. En 1993 con A Link to the Past aún fresco, Nintendo decidió lanzar la saga en su exitosa Game Boy, para lo cual debían diseñar un juego nuevo con las limitaciones en hardware en mente. Hoy, 26 años después, esas limitaciones han desaparecido para dar paso a varias generaciones de portátiles y sobremesas de Nintendo, confluyendo en Nintendo Switch, el primer sistema híbrido en su concepción y que cierra el círculo resucitando The Legend of Zelda: Link’s Awakening con un remake que ponga la magnífica aventura en la isla Koholint en los días modernos.

Enemigos y mazmorras nos esperan en Koholint.

Una nueva plataforma que resalta virtudes

The Legend of Zelda: Link’s Awakening en Nintendo Switch es el segundo remake de un juego de Game Boy en la híbrida -siendo el primero Pokémon Let’s Go-. Con esta premisa uno puede esperar alteraciones en el diseño o el concepto del juego para adaptarlo a un sistema cientos de veces más potente, pero nada más lejos. Este remake en esencia es una actualización gráfica total, una adaptación a nivel de eliminar barreras, y algunos cambios mínimos para tratar de limar la experiencia. Vais a sentir que estáis jugando al mismo juego, pero hecho hoy, sin más.

En general es una experiencia mucho más confortable. Si bien el original era un bastión del buen hacer con una Game Boy, con los años la plataforma dejaba ver que sus pocos botones y su poca memoria nos privaban de una experiencia más completa que por fin tenemos. Ahora nos encontramos con dos botones para el uso de los objetos, mientras que Interacciones, espada, escudo, y botas -una vez las consigamos- cuentan con su propio botón.

Esto tiene muchos pros y una contra. En general todo el juego se agiliza a niveles estratosféricos al reducir de una manera inimaginable el número de ocasiones que debemos entrar en el inventario para cambiar nuestro equipo, dando una fluidez a exploración y combate que no había conocido el título jamás -algo que ya pasaba con las remasterizaciones de Nintendo 3DS de Ocarina of Time y Majora’s Mask que nos permitían el cambio de objetos con la pantalla táctil, mejorando zonas con mucha gestión como el templo del agua-.

La contra de la que hablo creo que será evidente y os la podéis imaginar: la dificultad del juego se desploma. Tener la pluma, el escudo, y la espada en los combates contra jefes, todo a la vez con el objeto que revele el punto débil enemigo, nos hace mucho más ágiles y versátiles que en el juego original. Desde Nintendo y Grezzo lo han intentado compensar dejando el modo héroe disponible desde el principio, pero recibir más daño no llega a suponer un reto real.

Objetos como el escudo tienen ahora botones dedicados, lo cual mejora nuestra maniobrabilidad.

Personalmente lo prefiero así. Fácil por muchos elementos de «Quality of Life» a una dificultad fruto de limitaciones técnicas, pues considero que la principal virtud de la saga no ha estado nunca en la dificultad del combate sino en la exploración, resolución de acertijos y en general en el concepto más abstracto de la aventura pura.

La otra mejora tecnológica que permite este remake es la mejora sustancial a la hora de la transición entre pantallas. La pequeña ventana de la Game Boy original tenía poco margen para mostrarnos Koholint así que debía lidiar con unas transiciones pantalla a pantalla bastante toscas que desanimaban el simplemente dar vueltas a ver que encontramos. Aquí se ha sustituido por un desplazamiento más suave que transmite un espíritu más dinámico y, de nuevo, mejora la experiencia.

En general todas estas características lo que hacen es destacar que en 1993 se gestó un auténtico titán portátil que, por limitaciones, quedó camuflado como simple bestia y que ahora, en 2019, esquivando esas limitaciones, nos puede volar la cabeza que un juego tan grande como éste y de un nivel de calidad tan grande saliese en una consola tan pequeña como Game Boy, pues no tiene absolutamente nada que envidiar a cualquiera de los títulos 2D de la saga y considero que a día de hoy sigue siendo la mejor entrega nacida en consola portátil de toda la saga, a la que solo podría superar un remake de factura similar de los dos Oracle de Game Boy Color.

Sobre el juego en sí no voy a decir nada concreto y es que sigue siendo lo mismo que en su versión original -ya explorada en el portal con el añadido de las mazmorras de Dampé, que no aporta ni resta, es un simple añadido para alargar un poco el título si uno tiene el gusto pero carece de profundidad real como para considerarse un añadido de peso por el que saltar a esta versión si los cambios técnicos no le seducen a uno y con la experiencia original tiene bastante.

La aventura sigue siendo la misma, una obra fantástica a la que solo le limita la tecnología.

El riesgo de estilo artístico. Un acierto… a medias

Cuando The Legend of Zelda: Link’s Awakening se presentó en un Direct allá por febrero, lo primero que nos encontramos fue la cinemática introductoria que sigue un estilo de animación noventera, similar a lo que puede producir un Studio Ghibli -ojalá en un futuro un juego de la saga por completo en este estilo-, seguido por la bomba que era el estilo del gameplay, imitando miniaturas de plástico tanto personajes como entornos, con un desenfoque en los extremos de la pantalla que incrementa la sensación de estar viendo el juego a través de una lupa mientras se desarrolla en una maqueta realizada con muchísimo mimo.

El juego parece una animación con muñecos de verdad con stop-motion.

No voy a medir mis palabras, creo firmemente que The Legend of Zelda Link’s Awakening en Nintendo Switch es el título más fotorrealista de la saga, fotorrealismo entendido desde el punto de vista de considerar todo el juego un set de miniaturas de plástico estilo cartoon. Las texturas, los efectos, los brillos… Todo le dice a mi cerebro que es un juguete que de alguna forma han conseguido animar. Ahora, ¿merece la pena?

Creo sinceramente que un par de recortes de efectos no habrían mermado en demasía este efecto y por otra parte habrían mejorado la única gran tara del título, que es el rendimiento. En términos más generales el título rinde bien, unas 30 imágenes por segundo. Sin embargo, al detalle no es nada estable y cuando cambiamos de zona da grandes y notables bajadas, y eso usando una resolución dinámica que llega a 1080p en pocas ocasiones.

Al final el estilo minimalista debería haber apuntado a unos 1080p/60fps estables como rocas para que el resultado final fuese más agradable al ojo pues, como digo, los bajones si bien puntuales llegan a resultar molestos más por inexplicables que por otra cosa. Nintendo, hay que tratar de exprimir mejor tu propio sistema más que hacer virguerías.

Cada vez que aparecen los nombres de las zonas, el juego sufre pequeños tirones.

Conclusiones

The Legend of Zelda: Link’s Awakening sigue siendo un juego maravilloso y que, actualizado a tiempos modernos, deja patente que la fórmula del Zelda bidimensional sigue siendo fantástica, poniéndonos la miel en los labios y dejando que nuestra imaginación vuele de cara a posibles nuevos juegos de esta vertiente o incluso actualizaciones de los otros títulos de la saga que salieran en consolas portátiles durante todos estos años. Si bien deja un puntito amargo cuando el título no corre a la perfección en la híbrida de Nintendo y se merecería un pequeño tirón de orejas por ello.

Pues ahora toca esperar a Breath of the Wild 2 sentaditos.