A estas alturas del año, cuando parece que ya lo hemos visto todo y que pocas cosas pueden sorprendernos, todavía aparecen títulos capaces de descolocarnos. Juegos que llegan sin hacer ruido, lejos de grandes galas o focos mediáticos, pero que dejan claro desde el primer minuto que detrás hay talento, cariño y una idea muy clara de lo que se quiere ofrecer al jugador. Scrabdackle es uno de esos juegos.
Scrabdackle nos llega en acceso anticipado para Steam y, por el momento, únicamente cuenta con su primer acto disponible. Sin embargo, lejos de sentirse como una demo o un simple aperitivo, este Acto I ofrece una experiencia sorprendentemente completa, con unas 15 horas de juego aproximadas, 11 regiones interconectadas y hasta 9 jefes finales. Un volumen de contenido más que respetable para una obra desarrollada en solitario por jakefriend y distribuida por Fellow Traveller, conocidos por apoyar propuestas tan interesantes como Citizen Sleeper II.

En Scrabdackle encarnamos a Blue, un joven mago en prácticas que, tras un desafortunado incidente cargado de humor -que es mejor no desvelar-, acaba perdido en las peculiares tierras de Ducklands sin su varita. A partir de ese momento solo contamos con un mapa, una lupa y nuestra curiosidad. Desde el primer instante, el juego evoca inevitablemente la estructura de los The Legend of Zelda clásicos, aunque lo hace con un tono desenfadado, un punto de locura y una personalidad muy marcada.
Lo especial de Scrabdackle no está en reinventar la rueda, sino en lo bien que hace girar sus engranajes. La narrativa es ligera y está impregnada de un humor absurdo que funciona especialmente bien. No estamos aquí para salvar el mundo de una amenaza apocalíptica, sino para explorar Ducklands, charlar con NPCs estrafalarios y dejarnos llevar por el placer de descubrir qué hay tras cada rincón. Es, sin duda, una carta de amor a los The Legend of Zelda de antaño, con un espíritu cercano a Blossom Tales II: The Minotaur Prince, aunque con un enfoque más moderno y desprejuiciado.

El control de Blue es exquisito, el personaje se mueve con agilidad y precisión, y cada acción resulta satisfactoria. El juego no nos lleva de la mano en ningún momento, pero tampoco lo necesita. Estamos ante un mundo interconectado en el que cada nueva habilidad abre rutas alternativas y nos invita a revisitar zonas conocidas, abrazando sin complejos el backtracking clásico. A pesar de contar solo con seis hechizos en este primer acto, el diseño de escenarios es compacto y muy bien medido; cada pantalla tiene un propósito claro y rara vez se siente vacía. Scrabdackle confía plenamente en la inteligencia del jugador y premia la experimentación constante: probar a usar magia en lugares inesperados casi siempre tiene recompensa, ya sea en forma de secretos, fragmentos de lore o ítems realmente útiles.
El combate, por su parte, evita complicaciones innecesarias y se convierte en una especie de danza mágica donde el posicionamiento lo es todo. Cada enemigo introduce mecánicas propias y el desafío escala de manera natural conforme avanzamos. Los jefes de zona destacan especialmente por su creatividad, rompiendo la monotonía y obligándonos a pensar más que a machacar botones, manteniendo un equilibrio muy acertado entre reto y diversión.

A nivel visual, Scrabdackle apuesta por un estilo dibujado a mano que imita el trazo de un rotulador sobre un cuaderno. Puede resultar feísta a primera vista, pero en el buen sentido: es claro, expresivo y rebosa personalidad. El juego no explica demasiadas cosas de inicio, ni siquiera detalles de la interfaz, como la mochila y el minimapa situados en el margen izquierdo de la pantalla, algo que descubrimos explorando y tocándolo todo. Esta filosofía de aprendizaje orgánico puede resultar abrumadora al principio, especialmente en portátil. En mi caso, jugarlo en Steam Deck fue más confuso de lo esperado hasta entender bien la interfaz, aunque el título está perfectamente adaptado al mando. Aun así, recomiendo jugarlo con teclado y ratón, donde el control se siente especialmente suave y preciso.
El apartado sonoro acompaña con una banda sonora chiptune de corte moderno, con melodías pegadizas que se adaptan al ritmo de la exploración y refuerzan esa atmósfera tan particular. La única pega destacable es que, pese a contar con más de 80.000 palabras, el juego solo está disponible en inglés. No sería un problema de no ser por la gran cantidad de juegos de palabras y diálogos cargados de humor, que pueden dificultar la comprensión a quienes no dominen bien el idioma.
En definitiva, aunque el hecho de que solo esté disponible el Acto I pueda echar para atrás a algunos jugadores, Scrabdackle demuestra que no hace falta una experiencia interminable para resultar satisfactoria. Lo que ofrece aquí es compacto, coherente y muy disfrutable, incluso más que propuestas mucho más extensas. Si buscáis una aventura que confíe en el jugador, no os lleve de la mano y respire ese aire clásico de The Legend of Zelda, esta es una recomendación muy a tener en cuenta. Y si aún dudáis, siempre podéis echar un vistazo al vídeo para terminar de convenceros.