Body Harvest, el sandbox que se adelantó a los tiempos
Durante los últimos días he pasado varias noches volviendo a disfrutar de uno de los videojuegos que marcaron mi infancia: Body Harvest. Como ya sabéis, el paso del tiempo puede ocasionar que algo nacido hace prácticamente veinte años vea como sus vergüenzas quedan más expuestas que nunca. Por suerte, no es el caso de la obra de DMA Design, un estudio al que hoy conocemos todos, pues se trata de nada más y nada menos que de RockStar North. El juego, con el escocés David Jones (Lemmings, Grand Theft Auto, Crackdown…) a la cabeza, sorprendió a todos al ofrecernos un sandbox en tres dimensiones adelantado a su tiempo, capaz de poner en liza todos los elementos que hoy podemos encontrar en cualquier exponente de un género tan extendido.
Body Harvest tendría que haber llegado a Nintendo 64 antes que Grand Theft Auto, pero una serie de problemas en relación a las políticas de Nintendo con los videojuegos orientados al público adulto —algo que también ocasionó tensiones con Rare y Conker’s Bad Fur Day— terminó retrasando considerablemente su lanzamiento. No fue hasta la recta final de 1998 cuando Gremlin Interactive apostó por el juego y tomó las riendas de su distribución. En cualquier caso, lo importante es que tuvimos la oportunidad de disfrutar de un título bastante peculiar, capaz de ofrecernos una experiencia que pocas veces habíamos visto gracias a las elevadas cotas de ambición del proyecto.
Como decía al inicio de este texto, Body Harvest siempre ha sido uno de mis fetiches en el mundo del videojuego. Siempre recordaré aquella tarde en la que, por casualidad y sin conocerlo, lo encontré en un Toys «R» Us en un pack junto a Starshot: Space Circus Fever. Sin saber muy bien por qué, decidí hacerme con él, supongo que en uno de esos momentos en los que todos hemos comprado algún videojuego con la única motivación de que su carátula nos haya gustado. Ahora, en pleno 2018 y con la resaca de títulos como Dragon Quest XI, Immortal Unchained o Shadows: Awakening, he decidido volver a ponerme a los mandos del juego teniendo en cuenta que no solo me enfrentaba a una invasión alienígena; también iba a encontrarme cara a cara con los estragos que puede hacer el paso de los años, porque todos, tarde o temprano, lucimos arrugas o perdemos el pelo…
La premisa de Body Harvest se antoja tan tópica como atractiva: la humanidad resiste dando sus últimos coletazos en un mundo que se cae a pedazos y los alienígenas se han apoderado del planeta. Al frente de la invasión parece estar ese individuo sospechosamente similar a nuestro protagonista, Adam Drake. Con el fin de darle caza y ayudar a las personas que nos vamos encontrando, nuestra misión es acabar con los generadores de escudo que han aterrizado en diversos puntos del mapa. Un escudo que sirve de excusa para fragmentar cada zona en varias áreas bien diferenciadas, actuando como fases de un mismo nivel. El proceder en cada lugar es claro: alcanzar el generador, acabar con él y hacer lo propio con el siguiente. Una vez hayan caído todos, encaminarnos hacia el epicentro de todos los problemas de la zona y plantar cara al temible jefe final que lo custodia. La historia no es demasiado original, pero lo mejor del juego —y el auténtico desafío— no son los extraterrestres; es investigar el entorno y hallar un modo de abrirnos caminos para seguir avanzando.
Grecia en 1916, la isla de Java en 1941, Estados Unidos en 1966, Siberia en 1991… DMA Design apostó por llevarnos a diferentes lugares y épocas, haciendo que cada mundo contara con sus propias características. Cada zona, dividida en hasta cuatro áreas, nos planteaba diferentes desafíos y altas dosis de exploración. Al fin y al cabo, Body Harvest contaba con un componente de aventuras muy potente, capaz de dar un nuevo enfoque al sandbox que todos conocemos, un hecho bastante peculiar si tenemos en cuenta que estamos hablando de uno de los primeros exponentes del género.
Aunque las mecánicas que definen a Body Harvest nos dejan claro que estamos ante un sandbox desde el primer momento, lo cierto es que el juego cuenta con varias características que hacen de la partida una experiencia difícil de encontrar en otros títulos. Para empezar, sorprende el hecho de que la vista isométrica —con matices— sea la más placentera a la hora de recorrer los extensos escenarios que nos toca explorar; podemos alternar entre una cámara más cercana y otra muy alejada y situada en las alturas, siendo la segunda la que mejores resultados presenta debido a la verticalidad de la que hace gala el diseño de niveles.
Como decía un poco más arriba, el principal desafío que nos toca enfrentar no es otro sino hallar el camino correcto. Durante nuestras expediciones nos vemos obligados a llegar a diferentes destinos, ayudar a varios NPC o solventar situaciones tan dispares como rescatar niños de una escuela haciendo de conductor de autobús, extinguir el fuego de una aldea gracias a un camión de bomberos o cosechar hordas de muertos vivientes al volante de una cosechadora, entre otras. En muchas ocasiones, acceder a un vehículo es nuestro principal quebradero de cabeza, ya sea por no tener la llave o por no ser capaces de alcanzar su ubicación. Siempre tenemos algo que hacer, aunque a veces tenemos que deducirlo primero.
Tenemos hasta setenta vehículos a nuestra disposición. Además, la variedad de los mismos es digno de agradecer: camiones, motocicletas, barcos pesqueros, helicópteros… y alguna que otra sorpresa capaz de hacer las delicias de todo amante de la ciencia ficción. En Body Harvest los vehículos son parte activa de la jugabilidad, siendo imprescindible el uso de algunos en concreto cuando debemos superar un obstáculo, cruzar un abismo o alcanzar los confines del escenario en busca de algún objeto clave. La conducción resulta muy sencilla —no tanto cuando nos toca volar— y, dentro de lo que cabe, realista, y es que no solo debemos prestar especial atención a nuestro depósito de combustible si no queremos acabar vagando por un desierto; también debemos tener cuidado a la hora de estacionar, pues el vehículo quedará en el lugar elegido para siempre y nunca sabemos cuándo vamos a necesitar un 4×4 para subir una colina o una motocicleta para realizar un salto impulsado por su gran velocidad.
Mención especial merece el diseño de niveles, y es que si bien es cierto que gráficamente encontramos un sinfín de entornos vacíos —algo entendible si tenemos en cuenta que habitamos un mundo post apocalíptico—, también tenemos la oportunidad de investigar muchos lugares interiores como casas, cuevas, instalaciones militares, etc., algo que aporta variedad al desarrollo de nuestra aventura. El trabajo realizado en cuanto a las mecánicas de exploración fue excelso, haciendo que la verticalidad de los escenarios, la importancia de los vehículos y las situaciones que debemos solventar en entornos interiores se conviertan en los elementos que hacen de Body Harvest un juego único en su especie.
Alguno podría pensar algo así como «y si tan bueno es, ¿por qué no logró trascender? Algo malo debe tener» … Y tiene razón. Body Harvest no es bonito, las cosas como son. De hecho, difícilmente resultará atractivo para la vista. Tampoco destaca ni en lo técnico, ni en lo sonoro. Encima, durante nuestra aventura nos toca lidiar con hordas de monstruos mutantes y las mecánicas de acción no terminan de funcionar con solvencia. Se trata de mi juego fetiche, pero no puedo obviar sus defectos, porque no son moco de pavo. El título de DMA Design es uno de esos productos a los que hay que saber perdonar varias cosas si uno tiene la intención de disfrutar de sus múltiples virtudes. No abusar demasiado del «ojo biónico» y dedicar unos minutos a dominar la inercia del control a pie son dos aspectos imprescindibles para rascar la superficie del juego, que puede ser más dura que los escudos que los alienígenas han desplegado para dividir a la población.
He de reconocer que, en algunas ocasiones, me he preguntado a mí mismo si no me he dejado llevar por el mero hecho de ser uno de los videojuegos de mi infancia. De hecho, no voy a negar que esta última partida fue fruto de mi curiosidad por ponerme de nuevo a sus mandos y comprobar si el paso del tiempo había hecho mella en su naturaleza humilde. Pensaba que tal vez «no era él, era yo» y que era posible que esta vez no fuera capaz de soportar sus defectos… Para mi sorpresa, no ha sido así; Body Harvest sigue siendo un título absolutamente aprovechable a día de hoy. Es más, incluso veinte años después, resulta muy complicado encontrar una alternativa con la que compararlo. En los tiempos que corren, el abanico de sandbox que tenemos a nuestra disposición resulta prácticamente inabarcable, pero por mucho que busquemos, no vamos a encontrar uno como Body Harvest.