En la década de los 90, LucasArts, la división de juegos de la compañía de George Lucas, vive una edad dorada. Ha llegado a lo más alto con sus famosas aventuras gráficas, y ya se han introducido con éxito en el género del FPS con Star Wars: Dark Forces.

En 1997 nos llevarán al salvaje oeste, un terreno que, si bien tiene un lugar de honor en el mundo del cine, ha sido poco transitado en el del videojuego.

Lo desarrollan sobre una versión mejorada del motor creado dos años antes para el juego Star Wars: Dark Forces. Pero a estas alturas de la década, con motores poligonales en el mercado como el de Quake, la tecnología empleada por LucasArts acusa cierto desfase técnico, que intentarán compensar dotando al juego de un intencionado aspecto de película de animación dibujada a mano. Una buena idea que, sin embargo, y pese a venir de una productora de esta talla, quizá no acaba de brillar tanto como hubiera podido.

Donde sí destaca es en la narrativa, que se nos dará mediante cinemáticas animadas entre niveles, bastante avanzadas para lo que se solía ver en los juegos en aquella época.

Y mención especial para la extraordinaria banda sonora compuesta por Clint Bajakian, quien ha compuesto para las sagas Monkey Island, Indiana Jones, World of Warcraft y Uncharted, entre otros.

Gracias a estos elementos, se consigue un ambiente tremendamente cinematográfico que nos ayudará a sentirnos como un auténtico Clint Eastwood paseando por Almería.

En nuestra aventura buscando venganza por tierras del salvaje oeste, nos encontraremos con multitud de enemigos empeñados en enviarnos al cementerio, como no podría ser de otra manera.

A diferencia de títulos clásicos como Doom o Duke Nukem 3D, en esta ocasión los enemigos no presentan mucha variedad, ofreciendo todos ellos un reto muy similar: son enemigos humanos que se desplazan a pie y sus armas son de impacto instantáneo o «hitscan», con lo cual no podemos plantearnos el esquivarlos. Algunos harán más o menos daño, dependiendo del arma que llevan, pero en general tienden a presentar un patrón de comportamiento muy similar.

Al igual que ocurría en el oeste, en este juego sobrevivirá quien sea más rápido con el revolver. Es exigente, porque matas fácil, pero te matan fácil también. Los enemigos caen de uno o dos tiros, pero nosotros tampoco aguantaremos muchos más. Esto nos impondrá una jugabilidad menos frenética que en otros FPS de la época, más cautelosa, buscando coberturas en lugar de lanzarnos al centro del tiroteo. Es recomendable, por tanto, avanzar con cuidado y, cuando sea posible, tratar de eliminar enemigos a larga distancia, a través de ventanas o cubriéndonos tras una esquina.

Nuestras propias armas tampoco ofrecen una gran variedad, como es fácil suponer, yendo del revolver a la escopeta y al rifle, con o sin mira telescópica. De hecho, se considera el primer FPS con arma de francotirador.

Otro detalle realista es que tenemos que recargar a mano nuestras armas, algo que no era habitual entre los juegos de aquella década.

Todo esto no hace al juego mejor ni peor que sus competidores, simplemente plantea un estilo de juego claramente diferenciado. Pero interesante también.

El diseño de niveles no impresiona. Los diversos mapas que se nos presentan cumplen con su papel, pero no son especialmente detallados o vistosos. El plano de los mismos parece seguir el estilo de juegos primitivos como Wolfenstein, con abundancia de paredes que solo se proyectan en dos ejes, en 90º. El motor utilizado permite paredes en cualquier ángulo, pero sus diseñadores no explotan esta opción, dando lugar a escenarios cuadriculados en muchos casos, con una arquitectura que no sorprende ni llega al nivel de otros juegos de este mismo año.

Artísticamente se apuesta por el dibujo estilo cómic, pero se quedan entre dos aguas. Las texturas de los escenarios no siguen este estilo y no acaban de cuadrar con el estilo dibujado a mano de personajes y armas. Y quizá hay una saturación de texturas de madera por todas partes.

Sin necesidad de un motor más avanzado, posiblemente se podía haber hecho algo visualmente más consistente, detallado y atractivo.

Aun así los escenarios cumplen. No diré que brillan, pero tampoco arruinan la experiencia.

El oeste es un género poco tratado en el mundo del videojuego, y resulta especialmente atractivo para quienes hemos crecido viendo todas aquellas películas, cargadas de testosterona, polvo del desierto, y olor a pólvora. Outlaws consigue recrear con habilidad las sensaciones, escenarios y personajes propios del género.

El gunplay, aunque poco variado, es divertido, tenso, desafiante y original. Y eso es importante en un FPS.

Si bien a nivel técnico no brilla sobre sus competidores, e incluso a nivel artístico podría haber sido mejor, el juego tiene algo que lo hace especial y atractivo, a su manera.

Outlaws es un juego que muchas veces cae en el olvido cuando se habla de los clásicos del género. Quizá porque quedó a la sombra de otros títulos, o porque ha estado descatalogado durante muchos años. Pero es un juego al que vale la pena dar una oportunidad. Es una pequeña joya, quizá imperfecta, pero diferente, y con una gran banda sonora.