Cuando eres pequeño sueñas con tener un coche grande. Pero no te basta el Renault 8 de tu padre, ¡Quieres más! Piensas en un coche monstruoso que haga que la gente se vuelva a mirarte vayas por donde vayas. ¿Y qué coches más perracos había en aquellos momentos, y en los actuales, que los monstruosos 4×4 Bigfoot? Ya si metemos en la ecuación destrozar coches y una estructura completa de pura competición directa y descarnada, tenemos que con este Bigfoot para mi tan amada gris de Nintendo, un juego para flipar. Y disfrutar además de uno de los modos competitivo más enganchantes que pude disfrutar en mi ya lejana infancia.

Si esto no es para emocionarse, que baje dios y lo vea.

Bigfoot se lanza con el cambio de década, en 1990, publicado por Acclaim y desarrollado por Beam Software, y trayendo consigo a los coches-monstruo de moda en aquel momento. Ya lo he dicho arriba, competición y flipe… y un sistema de juego doble, como mínimo llamativo.

Lo primero, Bigfoot propone una ardua competición de costa a costa, desde Los Ángeles hasta Nueva York, pasando por Villapaleto o Rednecklandia. Cada etapa se compone de dos secciones tremendamente diferenciadas, mientras competimos en todo momento contra un rival, humano o cpu. Cuando la cpu es quien pelea contra nosotros, su brillantez es digna de unas Paraolimpiadas Digitales, pero incluso ahí podemos sacar diversión y competición.

En la primera parte de cada etapa corremos en perspectiva cenital, Bigfoot versus Bigfoot, bestia contra bestia. Y las bestias luchan entre ellas cuando otra entra en su territorio.

El objetivo es llegar a la meta, sí. Pero también hacer unos dineros, o intentar no perderlos. La clásica competición loca con items locos como los habituales nitro, invulnerabilidad, mejora de vida… pero sobre todo las benditas sierras.

La barra de vida es importante, pero el dinero lo es todo. Saltamos por todo tipo de obstáculos y superficies, aplastando coches, postes… sacamos dinero por ello. Pero cuando se funde la barra de vida, el coche sales por los aires y al volver con otro vehículo y barra nuevecita, te han dado un bocado a la cartera.

Aunque la sierra sea muy placentera, es más sencillo destruir rivales haciendo avanzar el scroll y dejándolos vendidos bajo la pantalla o tragándose frondosas arboledas. Ya lo decía Conan, «Aplastar enemigos, verlos destrozados y oír el lamento de sus mujeres». Sí, esto es lo mejor de la vida sin duda.

Y cuando alguien haya llegado a la meta nos metemos a una competición más Bigfoot, con público, con esas pruebas que tanto hemos visto por la intoxicación de la cultura yanki que todo el planeta sufre y disfruta.

Si hay dinero, podemos pagar la cuota de participación. Si no, pues otro rival que morderá el polvo, pero la cpu nos volverá a poner a otro. Sigo dejando claro esto, SIEMPRE vamos a competir contra alguien durante todas las etapas de este rally de Bigfoot, aunque en las fases cenitales si dejamos sin pasta al rival haremos el resto del camino solos, para aparecer un nuevo rival en el estadio de competición.

En plena ebullición y alboroto, ahora nos tocará correr, movernos por desniveles, barro, colinas, arrastrar pesados remolques y aplastar coches. Es lo suyo ¿Esperábamos otra cosa? Pues aquí es totalmente clave tanto cuidar nuestro vehículo, su mecánica y hasta los mega-neumáticos, como hacerse a su muy duro control.

Si las fases cenitales fluyen y son frenéticas, en los estadios vamos a notar la dureza en nuestras apretadas carnes. El manejo de los vehículos no es precisamente acelerar-frenar, sino que recuerda más a un track’n field, pero sin dejarnos llevar por las pulsaciones locas, ya que como digo hay que cuidar la mecánica y ruedas. Las partes de escalada son un tour de force para nuestro supertrasto.

¡AGUANTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Si no vamos con cuidado, veremos como el motor se sobrecalienta, la suspensión se convierte en un infierno y nuestras ruedas se transforman en donuts. El omnipresente dinero nos permite comprar piezas antes de cada una de las dos rondas de las que consta cada competición, este no es un juego para pobres zarrapastrosos con sus barbas, greñas, perros y flautas.

Tiene algo catártico reventar a tus rivales en mil perdazos, os lo aseguro.

Tal vez los rivales manejados por la cpu sean tontos del culo, pero hay un placer especial al avanzar por el país y sacárselos de encima, especialmente cuando los reventamos en las fases cenitales. Pero es muchísimo más gozoso hacer este viaje con y contra otro jugador humano.

El juego dura memos de una hora, y cuando dos chavales, hermanos a ser posible, uno con un futuro basado en la alopecia y el otro abocado a la vida paniaguada y perra de ser informático, eso era un pique mayúsculo. Porque esta vez no tenías a rivales paupérrimos, sino que con manos y cabeza se podía gestionar el dinero hasta el final del rally.

Las partidas podían desequilibrarse cuando en un punto un jugador le sacaba suficiente dinero al otro como para desabrocharse el cinturón. Pero si las diferencias no eran pronunciadas las recompensas de los últimos eventos podían decidir la victoria en el mismo último premio. Insisto, todo esto en un recorrido de costa a costa que podía ni alcanzar los tres cuartos de hora, una guapada. Amén de lo divertido que era hacerse putaditas en las fases cenitales, para luego depender de uno mismo en las pruebas Bigfoot.

Dada la masa de los lectores que maneja 33bits y como la sección de retro es sin duda lo mejor que poseemos, entiendo que millones de seguidores sentirán tentaciones al menos de probarlo. Bueno… podría no ser la mejor de las ideas, las fases de competición pura pueden ser píldoras amargas. Pero ¿Y por qué no echarse un rally entre colegas a ver qué pasa? Entonces ahí sí puede salir algo muy interesante… a lo que ese lector y su compi no volverán en la vida. Los 8-bits, amigos. Terreno solo para aguerridos jugadores de Pies Grandes.