Parece que haya pasado una eternidad desde diciembre de 2021. Esa fecha marcó la masiva popularización de los Bullet Heavens, en contraposición a los clásicos Bullet Hell, todo culpa de Vampire Survivors. Desde entonces, cada mes llegan decenas de indies con nuevas iteraciones sobre la catedral que erigió el juego creado por poncle. Algunos títulos como Nova Drift y Gunlocked han intentado reinventar el género desde el shoot ’em up, mientras que Hells of Torment ha mirado a los ARPGs como Diablo II para inspirar su estilo y mecánicas.
Pero pocos juegos han tenido el valor de dar tanta caña como Devil Jam. Desarrollado por Rogueside, el estudio belga detrás de Warhammer 40,000: Shootas, Blood & Teef, Hidden Through Time o Guns, Gore & Cannoli 2, este título es una carta de amor al heavy metal, a los roguelites y a la estética infernal. Una apuesta arriesgada y personal, tan delirante como coherente.
Que la época de lanzamiento de Devil Jam coincida con Halloween no es casualidad. Nuestros protagonistas han sido condenados a dar un concierto eterno en el infierno, un punto de partida tan absurdo como divertido. El juego no pierde tiempo en tramas: va directo al grano. Armados con guitarras, bajos y unas cuerdas vocales demoníacas, debemos abrirnos paso entre miles de enemigos hasta invocar y derrotar al mismísimo diablo.
«¡Firma aquí y serás una estrella… o cenizas!»
Devil Jam toma las bases de Vampire Survivors y las reinterpreta con una idea tan curiosa como brillante: el compás musical. Nuestros ataques se sincronizan con el ritmo de la música, aunque no estamos ante un juego de ritmo. No hay que pulsar botones al compás: los ataques se ejecutan automáticamente, pero su espaciado dentro del compás y su colocación estratégica en una cuadrícula resultan fundamentales. Cada habilidad ocupa una posición concreta, y las sinergias solo afectan a casillas adyacentes, lo que obliga a pensar con cabeza. Esta mecánica añade una capa táctica muy poco habitual en el género.

Durante las partidas, nos enfrentaremos a dos subjefes que sirven como pruebas intermedias antes del clímax final: la batalla contra el mismísimo Diablo.
Cada run comienza con un ataque básico según el personaje elegido. Al derrotar enemigos y subir de nivel, se nos presentan tres opciones de mejora o ataque ofrecidas por uno de los siete pecados capitales, una curiosa reinterpretación de los dioses griegos de Hades. Sin embargo, aunque la idea es atractiva, las interacciones resultan algo planas y no logran proyectar una historia o personalidad tan marcada como en el título de Supergiant Games.
Las partidas se desarrollan en un infierno dibujado a mano, repleto de hordas demoníacas y pequeños incentivos que nos empujan a movernos. Cajas con oro, objetos curativos o imanes para atraer experiencia se combinan con puntos de interés que ofrecen mejoras temporales o permanentes, como aumentos de vida o bonus de daño. Este diseño mantiene la exploración viva y recompensa la movilidad, un aspecto que muchos títulos del género descuidan.
Tras cada partida, regresamos a los pasillos del diablo, el hub central donde todo se estructura. Allí encontramos:
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El códice del demonio, con misiones y recompensas en oro o nuevos personajes. 
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Una tienda de mejoras permanentes, donde ampliamos daño, área, experiencia o crítico, además de aumentar las opciones de ataques y ventajas durante las partidas. 
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Un cambista de esencias, útil para desbloquear mejoras adicionales. 
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Un tocadiscos infernal, que ajusta la dificultad tras derrotar al diablo, aumentando el reto y las recompensas. 
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Y por último, un tocador donde alternar entre los tres personajes desbloqueables. 
La sensación de progresión está muy bien medida: cada victoria nos impulsa a volver, pero sin abrumar. Rogueside demuestra entender el delicado equilibrio entre reto, progresión y rejugabilidad.
En cuanto al rendimiento, la experiencia en Steam Deck es prácticamente perfecta. Apenas se perciben pequeños tirones, y el formato portátil encaja de maravilla con su estructura rápida y repetitiva. Aun así, una pantalla grande y un buen equipo de sonido elevan la experiencia, porque si hay algo que Devil Jam hace espectacularmente bien, es su banda sonora.

Las incesantes hordas de enemigos no nos darán respiro, obligándonos a desplazarnos constantemente para sobrevivir y optimizar nuestra build.
El apartado musical es, sin duda, su mayor triunfo. Guitarras afiladas, bajos rugientes y una percusión endiablada convierten cada partida en un auténtico headbanging simulator. Aunque todavía no está disponible en plataformas de streaming, sería perfectamente disfrutable incluso fuera del juego.
En lo visual, el arte dibujado a mano brilla con fuerza. Los enemigos parecen salidos de una portada de Iron Maiden: slimes con altavoces, gigantes con pinchos punk y demonios que podrían ser guitarristas de black metal. Este estilo refuerza la identidad del juego y lo diferencia de sus competidores más genéricos.
No todo es perfecto. La imposibilidad de consultar rápidamente el inventario o las sinergias al elegir ataques se siente como una omisión importante. Es un detalle menor, pero rompe el flujo estratégico, algo que se podría corregir fácilmente con una actualización.

Mucho Burpee sobre lápidas pero poco acordarse de si nos hemos visto antes o no.
En cuanto a la duración, nuestra primera victoria llegó en unas dos horas, y a partir de ahí las partidas fluyeron con ritmo creciente. Si buscas completar todos los logros o dominar cada personaje, el juego puede extenderse fácilmente más allá de la decena de horas.
En definitiva, Rogueside ha creado un infierno donde da gusto quedarse un rato, aunque el ruido sea ensordecedor.
 
						
 
			 
			 
			