Dragon Quest es la mayor leyenda del JRPG. Si bien Final Fantasy siempre ha gozado de mayor popularidad en occidente, es la saga de Yuji Horii nacida en Enix, que se ha mantenido firme en sus raíces, sabiendo que mejoras añadir juego a juego para mantenerse siempre relevante, la que puede presumir de haber influenciado a todo el género -como hemos visto recientemente con Yakuza: Like a Dragon, que no se muerde la lengua a la hora de citar su principal referente-. En 2017, cuando llegó Dragon Quest XI, se recibió un juego absolutamente fantástico, de los mejores del género en décadas, al que sólo se le achacaban problemas secundarios como no haber orquestado su banda sonora -aunque el MIDI siempre se podría excusar como referencia a las raíces de la saga-, o no poder acelerar un poco más las batallas. Un par de años más tarde, saldría Dragon Quest XI S, el esperadísimo port a Nintendo Switch que, contando con las limitaciones técnicas respecto a la PlayStation 4 que movía el original, rozaba la perfección al haber sabido adaptar esas capacidades técnicas y haber dado ciertos añadidos como la tan ansiada banda sonora orquestada.

Si bien estos añadidos pueden ser algo innecesarios en algunos casos -un juego de más de 100 horas para explotar tampoco necesita más misiones secundarias, pero bienvenidas sean-, dejó al público del original con una sensación de desazón. Que no se actualizara la banda sonora o no se añadieran opciones a través de parches y actualizaciones no era un buen presagio para una comunidad bastante leal a esta saga, por lo que durante meses se especuló con la posibilidad de traer esos añadidos. Y al final Square-Enix cumplió… a su manera. Nos llega ahora Dragon Quest XI S: Ecos de un pasado perdido – Edición definitiva, que lleva la versión de Switch al resto de sistemas, PlayStation 4, Xbox One -siendo así el primer Dragon Quest que aterriza en una consola de Microsoft-, y PC.

El héroe debe cumplir su destino y darnos el mejor JRPG clásico de la última década.

De Dragon Quest XI poco se puede decir que no se haya dicho ya. Es la cumbre de la vertiente tradicional del JRPG. Abraza todos los tropos y tópicos posibles, desde tu historia de elegido salvador del mundo hasta el combate por turnos, para envolverlos en una capa de excelencia hecha por y para su público, manejando personajes, zonas, giros de guion, y demás de una manera excelente, y es sin duda alguna uno de los juegos más importantes de esta generación donde hemos visto como otras sagas han desterrado de forma casi definitiva sus identidades más clásicas -sí, va por Final Fantasy y que tanto sus últimas dos entregas, XV y VII Remake, como la próxima anunciada, sean juegos de acción, aunque el sistema de VII Remake es un pseudo híbrido bastante interesante-. Si tuviera que valorar Dragon Quest XI como tal no podría hacer otra cosa sino colocarle un 10 como un castillo como el que le coloqué a Persona 5 Royal, siendo ambos juegos con diferencia los mejores del género sin discusión posible -tal vez estaría cerca el reciente Yakuza: Like a Dragon– a lo largo de los últimos 15 o 20 años y cualquier aficionado no ya del género, sino de los videojuegos, debería darles una oportunidad.

Pero no es Dragon Quest XI como tal lo que nos trae hoy aquí, sino Dragon Quest XI S: Ecos de un pasado perdido – Edición definitiva. Y lo que se ha hecho con esta edición me parece, como poco, cuestionable. Y es que Square Enix no parece que nunca termine de establecer un interés en desarrollar la fama de Dragon Quest fuera de Japón, visto lo visto, ya que la coletilla de Edición Definitiva es algo que va muy lejos de la realidad. Una de las virtudes de Dragon Quest XI cuando aterrizó en 2017 en PlayStation 4 y PC, es que era el JRPG clásico más ambicioso en lo técnico que habíamos visto en años. Durante varios lustros, hemos visto al género relegado a confiar sus apartados técnicos a motores visuales más modestos y fáciles de manipular, que siempre andaban lejos de lo que otros géneros en sus mismos sistemas llegaban ofrecer. No es algo malo per se que los gráficos no fuesen punteros, pero sí era decepcionante viniendo de terrenos más verdes allá por las generaciones de PlayStation y PlayStation 2, donde juegos como Final Fantasy VII o Dragon Quest VIII eran avances tremendos en el sector visual de sus consolas, y que en toda la generación de Playstation 3 y Xbox 360 el título que más se acercase a eso fuese Lost Odyssey en 2007. Que casi 10 años después llegase Dragon Quest XI con su enorme mapeado, sus modelos fantásticos, su iluminación sencillamente espectacular, lo bonitos que son los escenarios… era un sueño hecho realidad. Era abrir la puerta a ver de nuevo el género entre los juegos triple A. Solo fallaba la banda sonora. Y entonces nos llega esta edición.

El modo 2D transmite pura nostalgia, los 16 bits traídos a 2020.

Esta edición es, reduciendo todo a una frase, la versión de Switch, con los assets gráficos de Switch, porteada al resto de sistemas tal cual, simplemente subiendo resolución de tasa de imágenes por segundo acorde a la diferencia de potencia. Es decir, para el que venga de haber jugado al juego original en Playstation 4 o en PC, se va a encontrar diferencias gráficas bastante notorias, que van desde una iluminación vastamente inferior, a unos escenarios decepcionantes debido a una hierba no muy bien modelada. El contenido extra es fantástico en general. Desde el modo retro en dos dimensiones hasta las secundarias extra, pasando por alguna mejora de sistema como la aceleración general de las batallas -en un juego que no tiene unas animaciones rimbombantes, igual nos interesa poner esto más rápido para ganar ritmo si el original nos genera problemas- o un modo foto chulo. Pero el hecho de que en PlayStation 4 y Steam tengamos una versión visualmente superior que, en vez de actualizarse, se va a ver, digamos, sustituida por una versión con añadidos a costa de recortar elementos me parece una práctica bastante dudosa.

Las mejoras jugables y en contenido me resultan nimias al lado del bajón visual al que es el JRPG tradicional más ambicioso jamás hecho.

Para el que venga por primera vez a Dragon Quest XI y no le importe este ejercicio de vagueza de Square-Enix, este Dragon Quest XI S: Ecos de un pasado perdido – Edición definitiva es una opción casi casi perfecta. Lo dicho, es un juego que da para cien horas fácilmente, en las consolas «mejoradas» -PlayStation 4 Pro y Xbox One X-, y PC va a 60 fps que le sientan bastante bien, y es en definitiva un juego que hay que jugar sí o sí. Pero es que a mí me resulta imposible premiar lo que ha hecho Square-Enix aquí. No pido ni siquiera que le añadan el modo retro y las nuevas misiones a las ediciones originales. Pero cosas como el modo foto, la aceleración de batallas, o la música orquestada deberían haber llegado vía parche. No ya DLC, que habría sido ya polémico pero dentro de lo aceptable, sino que deberían haber sido actualizaciones gratuitas. Cuando juegos independientes como Blasphemous añaden expansión y nuevo doblaje de forma gratuita, cuando todos los juegos de Sony terminan añadiendo un modo foto en alguna actualización, cuando vemos que cada vez es más la norma actualizar tus juegos de una forma u otra, que Dragon Quest XI S: Ecos de un pasado perdido – Edición definitiva no solo sea una versión independiente que si quieres los extras tengas que comprar de nuevas, sino que además venga con un recorte visual bastante llamativo, me parece sencillamente triste.  Ojalá en el futuro no nos encontremos con más decisiones similares que empañen juegos que por sí mismos son tan absolutamente maravillosos como este Dragon Quest XI S: Ecos de un pasado perdido – Edición definitiva.

Uno de los grandes del género sin ninguna duda, que se merecía un trato mejor.

 


Este análisis ha sido realizado mediante una copia cedida por Koch media