Hoy nos toca analizar la última entrega de la saga Momodora. Y no última como sinónimo de más reciente; más bien como última de que en principio, este es el cierre de estos cinco juegos que tanto nos han gustado. Por tanto, creo que es merecido un pequeño repaso a toda la historia de estos juegos. Momodora fue lanzado gratuitamente en 2010 en itch.io, una plataforma muy  popular entre desarrolladores independientes. Era aquella época donde comenzaban a despuntar juegos como Super Meat Boy, Limbo o Minecraft. Juegos creados no por grandes firmas sino por equipos pequeños y que cuentan con presupuestos bastante escasos. En ese entonces Rdein comienza a juguetear con el género metroidvania. Sus inspiraciones son Mega Man y Cave Story, siendo más palpables las mecánicas y base del segundo.

Un año después, en 2011, lanzó Momodora II, también como freeware. Tras un tiempo de desarrollo sensiblemente superior, Momodora III ya es lanzado en Steam con un precio muy humilde en 2014. Tras tres grandes juegos, Rdein ya tiene cimientos para crear Bombservice, su propia empresa de videojuegos. Bajo esta, verá la luz en 2017, la entrega que catapultó la saga a las estrellas, Momodora: Reverie Under The Moonlight. Tras este éxito, en 2019, Bombservice prueba a dejar de lado el nombre Momodora y lanza Minoria, que comparte mecánicas con los Momodoras pero se ambienta en otro mundo. Este juego sigue siendo relativamente exitoso, aunque no tanto como Momodora: Reverie Under The Moonlight por lo que sus desarrolladores se animan para regresar por todo lo grande con, por fin llegamos a Momodora: Moonlit Farewell.

Momodora: Moonlit Farewell comienza con el robo de la Campana Negra de la aldea de Koho. Esto provoca que miles de demonios anden sueltos y será el deber de nuestra sacerdotisa Momo devolver el orden al mundo. Una excusa más que suficiente para salir a dar mamporros a nuestros enemigos. Además funciona perfectamente para que los nuevos no se sientan desplazados por jugar la última entrega sin haber pasado por las anteriores.

Como buen metroidvania, al poco tiempo de tener control de nuestro personaje, se nos irá abriendo el mapa llegando en ocasiones a callejones sin salida hasta que desbloqueemos nuevas habilidades. Dentro de estas encontramos las míticas del género: correr, doble salto, esquivar, rebotar en las paredes o romper barreras. La exploración es muy gratificante gracias al mapa que podemos consultar en todo momento sin entrar al menú. En él, además, se nos marcarán cuando hay secretos en una ubicación, perfecto para conseguir el 100% sin tener que salir a mirar una guía externa y perder el hilo y momentum. En estos escondites podremos encontrar varias cosas: unos aliados de los cuales solo podremos tener uno equipado al mismo tiempo y que nos ayudarán en la aventura; sellos, que actúan como pasivas muy diferenciadas; y por último, unas bayas y flores que aumentarán nuestra vida, maná y ataque básicos. En todo momento nos vemos recompensados por explorar y en las dificultades más altas es más que necesario ir encontrando cada una de estas mejoras.

El combate de Momodora: Moonlit Farewell es ágil y exigente. Aunque solo tenemos un combo en tierra de tres golpes, otro aéreo y un arco, gracias a los sellos podremos personalizar bastante nuestro estilo de lucha. Donde radica la magia de los combates es en los ataques enemigos, que cuentan con patrones muy claros y que en pocos segundos ya habremos detectado. Tendremos pues que encontrar nuestros momentos para atacar y enseguida prepararnos para la respuesta de los enemigos. La variedad en enemigos y jefes finales es decente, y ya que el título es reducido en duración no cae en la excesiva repetición.

La dificultad de este Momodora es, en nuestra opinión, bipolar: tenemos dos modos. el normal y el fácil. El modo normal nos castiga muchísimo al recibir daño de los enemigos y prácticamente nos obliga a recorrer sus escenarios sin recibir ataques. El modo más sencillo es por el contrario, demasiado fácil, podremos pasarnos todos los jefes finales a la primera y a veces hasta ignorar los ataques enemigos y centrarnos en machacar el botón de ataque. Nos habría gustado una dificultad extra intermedia donde haya desafío pero no tener que repetir muchas veces una zona para poder avanzar. Esto se acentúa al comprobar que los puntos de guardado no son gratis, sino que hay que pagar 50 de la moneda del juego para poder utilizarlos tanto para curarnos como para reaparecer allí cuando perezcamos. Este pago se hace más costoso al principio cuando no tenemos apenas recursos e injustamente más barato cuando llegamos al final, creando una cuesta inversa a la lógica en desafíos.

Si algo destaca de este juego desarrollado por solo cuatro personas es lo bien que entra por los ojos. El pixel art tiene un detalle exquisito y mucha personalidad. Combinando lo preciosista sin dejar de lado la claridad visual de los ataques y los enemigos, crea un paisaje que nos dejará boquiabiertos mirando la pantalla. También destacan las muchas partículas que veremos en escenarios y movimientos. Cada personaje y enemigo tiene sprites en movimiento que les aporta mucho dinamismo.

Pero no solo de gráficos vive el hombre. Para acompañar un apartado visual tan bonito, el juego cuenta con una banda sonora orquestal majestuosa que nos aún más sumergirá en su mundo. Nuestra pista favorita ha sido Shrinekeeper pero hay muchas que podrían ser candidatas a la mejor. No es casualidad que la canción del menú suene a despedida.

Completar el juego nos puede llevar entre siete y diez horas, dependiendo de la dificultad y el grado de exploración. Esta duración es más que suficiente para ver variedad de ambientes y el desarrollo de la trama. Si buscamos completar todo el juego y no dejarnos nada suelto, el juego se alargará unas pocas horas más sin despeinarse. Su precio es de unos 16€ y actualmente solo se encuentra en PC aunque como ha ocurrido con sus precuelas, es más que seguro que tras algo de tiempo llegará a todas las plataformas.