Marc Mora Aubà

Como en mi casa los ordenadores y videoconsolas no eran muy populares allá por los ochenta, no pude disfrutar de este «hobby» — más allá de las típicas partidas en las recreativas o en los ordenadores de los amigos — hasta principios de los años 90, cuando por necesidad — les hice ver a mis padres que me hacía muchísima falta tener un ordenador para poder estudiar :guiño :guiño — llegó a mis manos un espectacular IBM PS/2, equipado con un procesador 286 a 10 Mhz, un mega de RAM, y lo que era más destacable, una tarjeta gráfica VGA que permitía mostrar la friolera de 256 colores simultáneamente.

Recuerdo la mañana en que me lo trajeron a casa, y recuerdo perfectamente el primer juego que pude probar, y que me dejó un amigo: Budokan. Un simulador de artes marciales de Electronic Arts, bastante serio y complicado de manejar, pero que me dejó alucinado por sus animaciones y gráficos, superiores a todo lo que había visto hasta entonces. Podías practicar varias disciplinas, y todas exigían un dominio de varias teclas y del tempo de pulsación de las mismas, todo de manera bastante realista.

A partir de ahí vinieron otros como Prince of Persia, Xenon 2 o Speedball 2 para un ordenador, que aún hoy conservo y que cualquier día de estos conecto de nuevo para ver si funciona. Por cierto, una máquina que no cumplió el principal propósito para la que fue comprada: suspendí el curso.

 

Jesús Díaz-Suelto Berrueco

Me resulta complicado vislumbrar cuál fue mi primer videojuego. Soy el menor de tres hermanos, teniendo mi hermana inmediatamente mayor ocho años más que yo, por lo que os podéis imaginar que, siendo yo del 93, en mi casa ya había consolas desde antes de que  cobrara consciencia.

En concreto, la primera consola que entró en casa fue una Super Nintendo en un pack con Super Mario All Stars y Super Mario World. Sí, seguramente fuesen de los primeros juegos que pasaron por mis manos, pero mis recuerdos al respecto se limitan más de ver a mis hermanas jugando. En cambio, del que sí que tengo vívidos recuerdos es del incombustible Street Fighter II, que entraría por casa un par de años después.

Yo no hacía más que perder contra ellas — aunque si jugáramos hoy en día es bastante probable que pasara lo opuesto, pues ellas dejaron de jugar hace tiempo —, pero me encantaba manejar a ese tipo con una cinta en la cabeza que lanzaba «ondas vitales pequeñas», como solía decir por aquel entonces, que no paraba de ver Dragon Ball. Desde entonces, la verdad es que los juegos de lucha han sido una constante en mi vida como jugón. No he llegado a dominar ninguno especialmente, no tengo la paciencia para estar docenas de horas en modo práctica, pero sí que los disfruto enormemente, y la adicción al reciente Dragon Ball FighterZ  —curioso como mi asociación infantil ha terminado dando un fruto tan fresco y tan sabroso — es un testigo perfecto de ello.

Ya más allá de eso, la primera consola que fue al 100% de mi propiedad fue la primera Playstation, que entró con Spyro El Dragón, que también me definió bastante como jugador y hace que me muera de ganas de que llegue septiembre a ver qué tal le sienta el remozado gráfico a uno de los principales juegos de mi infancia. Y por último, el tercer gran pilar en mi base como jugador fue la entrada de Game Boy Color, con Pokémon Rojo, que me llegaría poco después de «la Play», y también sería crucial en mis gustos en años venideros.

 

J. F. Sánchez

Podría empezar por algún juego de Amstrad CPC que jugase en casa de alún amigo, en ese caso la memoria me llega al Batman del 86. O podría optar por ese arcade donde eché mis primeras 25 pesetas, el Black Tiger de Capcom en el 88. Sin embargo voy a elegir un juego de mi primera consola, una Atari 2600 Junior con un cartucho con varios juegos.

Con la plataforma escogida, debería ser sencillo ubicar mi primer juego, pero no es así­, ese cartucho de dudoso origen con tantos juegos dentro hace imposible que los recuerde todos, e incluso de los que si recuerdo como Pac-Maan, Pitfall, Space Invaders, Defender, Galaxian, Missile Command, Spiderman o Asteroid, no hay forma de saber al primero de ellos que jugué. Por lo tanto, voy a elegir a Superman, porque si no es el primero que jugué, sí que fue al que más jugué en esos primeros compases en el mundo de los videojuegos. Un juego simple y no muy afortunado, con una mecánica arcaica y repetitiva, donde un chico de 9 años encontró su pasión por este mundillo. Lo que para otro era un par de cuadrados y algo más pareciendo volar, con un sonido horrible, para mi era una maravilla. Poder llevar a Superman, como en la pelí­cula, que si bien costaba reconocerlo, la imaginación hacía el resto.

A día de hoy no volvería a jugarlo, el juego es bastante malo, pero Superman de Atari 2600 siempre tendrá un hueco en mi corazón de videojugador.

 

Roberto Pineda

Llevo años intentando recordar el juego que supone mi estreno como jugador. Tení­a yo unos cuatro años cuando, a través de mi hermano, me puse a los mandos y al teclado tanto de una Master System como de un Amstrad CPC. Me viene a menudo ese recuerdo en el que mi hermano, tras llegar del colegio, dedicaba unas buenas horas a tí­tulos como Lemmings, Enduro Racer, Sonic the Edgehog, Oh Mummy, Alex Kidd in the Miracle World, Columns y Ninja Gaiden, entre otros.

De semejante elenco de títulos tan característicos, uno de ellos tuvo que ser el primero al que hinqué el diente. No me es posible recordarlo, pero sin duda se trata de uno de ellos. Guardo un gran recuerdo de todos, especialmente de Lemmings y Ninja Gaiden, dos de mis juegos favoritos de todos los tiempos. Recientemente, en la típica conversación entre nostálgicos, las cuentas que hacía junto a unos amigos me dejaban boquiabierto al echar la vista atrás, calcular el año exacto en base a vivencias y situaciones, y pensar que no tenía demasiado problema para completar por mi mismo el exigente título de Tecmo… con apenas cuatro añitos.

 

Sancho Canela

Si tuviese que elegir un videojuego, sin duda sería Street Fighter 2. El momento de entrar en los recreativos del pueblo y ver aquella máquina de personajes gigantes lanzando «hadokens» me marcó para siempre. A partir de ahí años ahorrando para comprar ese Cerebro de la Bestia que aún conservo intacto. Street Fighter 2 es una reunión de amigos compartiendo el mando de Super Nintendo, es el punto álgido de una época que no volverá. Tardes enteras frente a la tele jugando una y otra vez, es volver siempre a una época maravillosa donde todo tenía más valor. Cambiar juegos con amigos o hacer amigos para poder cambiar juegos, llevarte el mando a casa de un colega porque con el tuyo las magias te salían mejor. Street Fighter 2 es una parte de mi vida que, afortunadamente, siempre irá conmigo.

 

Pablo Jiménez Martín 

Si la memoria no me falla el primer juego que toqué, allá por el año 1992, fue Sonic para Game Gear en casa de una prima lejana. Contaba yo por aquel entonces con solo 6 añitos y tal fue el impacto que causó en mi, que me tiré todo el año dándoles a mis padres la barrila para que me pidieran la dichosa consola para los Reyes Magos. Por suerte se portaron bien y me llegó con un juego  — el Sega Game Pack 4 in 1 —, aunque mis recuerdos videojueguiles en aquella época son algo difusos.

De todos modos el juego que realmente me marcó, hasta el punto de que sin él tal vez no estaría aquí, es sin duda The Legend Of Zelda: Ocarina Of Time. Aunque siempre se me quedará clavada la espinita de no haberlo podido jugar de salida, porque no tuve una Nintendo 64 hasta un mes después cuando mis padres nos la regalaron por Navidades. Y encima, para más inri, el juego estaba agotado en todas las tiendas de mi zona y, en la era pre-internet pocas alternativas tenía. Así que tuve que esperar 6 meses hasta el final de curso para poder meterle mano. Tal vez fuera el ansia por jugarlo  lo que hizo que me marcara tantísimo.

 

Ismael Mercado Sánchez

Mis recuerdos sobre cuál fue realmente el primerísimo videojuego que jugué en mi vida son un poco difusos. No me aclaro si fue Sonic the Hedgehog en la SEGA Mega Drive de una amiga de mis padres, Super Mario Bros en un clon chino de NES que mi padre compró — tres veces por lo menos, literalmente los quemaba del uso — o Blood Bros en la recreativa de un bar.

Cualquiera de esos tres fue mi primerísimo contacto con los videojuegos, todos ellos un auténtico vicio. Aunque cuando la cosa se puso seria para mi en el mundo del videojuego fue cuando recibí una PlayStation como regalo de Reyes. ¿Primer videojuego? Crash Bandicoot 3: Warped. Básicamente ese juego resume perfectamente mi infancia con los videojuegos. Mi mente se hizo mil pedazos jugando a esa maravilla tridimensional.

 

Jon Ortiz

Mi primer videojuego está un poco difuso en mi memoria, así que seguramente la anécdota que cuente a continuación no sea del todo cierta… puede que incluso no sea de mi primer videojuego. Pero el tutorial del Age of Empires 2, con un poderoso William Wallace al frente, está grabado en mi cerebro. Si no es el primer recuerdo, al menos si es el más importante, el que supuso un antes y un después. Y le tengo que dar las gracias a mi padre por ello; fue él el que me introdujo en el mundillo.

El estimulante doblaje de Age of Empires 2 me entró por los oídos, y la calidad de los escenarios por los ojos. El caso es que yo era tan pequeño que manejaba las unidades una a una. No os riáis de mi, tenía seis años, era una criatura imberbe e inexperta. Aunque esto al comienzo no suponía un problema, cuando tenías un ejército lo suficientemente grande, moverlos a todos uno a uno podía llegar a ser desesperante. El día que clické con el ratón y me di cuenta de que podía elegir a todas las unidades a la vez fue el día en el que supe que los videojuegos iban a ser muy importantes durante toda mi vida.

 

José Vicente Mendiola Marcos

Si me pongo a pensar en el primer juego al que jugué, no tengo del todo claro si fue a algún arcade en un bar o en casa de mis vecinos de abajo, a uno de esos que venían incluidos en un cartucho en el que se apilaban títulos de muy cuestionable calidad. En cualquier caso, fue en casa de estos vecinos donde me enamoré de los videjuegos. Tras subir de vuelta a casa, pedí aquella consola — cuyo nombre no recuerdo — a mis padres para Reyes. Ellos, profanos en aquellos menesteres, pidieron consejo antes de comprar y bendito vendedor el que les endosó una Mayster System II.

Esta consola traía bajo el brazo — en su memoria interna — el que sigue siendo uno de los juegos de mi vida: Alex Kidd in Miracle World. Un título que era enormemente más complejo y vistoso que todo lo que había visto hasta ese momento. Mis padres, además, jugaban conmigo con asiduidad y esto hace que pueda recordar aquel juego con más añoranza, si cabe. Mientras la gente alucinaba con un fontanero bigotudo, yo hacía lo propio con un chico orejón y cabezudo, capaz de enganchar al mundo de los videojuegos a cualquiera.

 

Sergio Barragán

Es complicado elegir ese primer título, en los cajones más profundos de mi casa siempre se ha escondido una NES con varios cartuchos, entre ellos: Zelda II y Bubble Bobble. Cualquiera de ellos puede ser perfectamente el juego elegido, aunque haciendo caso a mi memoria, el debut del fontanero en Game Boy se lleva el gato al agua. Todavía recuerdo las visitas a familiares que se convertían directamente en saltos y muertes causadas por los Goombas de Super Mario Land. Todo esto con una melodía que está grabada a fuego en mi. Por lo demás, mi infancia también ha estado marcada por Sonic the Hedgehog de Megadrive, uno de los principales culpables de que estuviera más en casa de mi mejor amigo de la infancia que en la mía. La Pokémania también ha causado un gran impacto en mi vida como jugador con las dos primeras generaciones de Pokémon, sobretodo con sus entregas Oro y Plata, títulos que patrocinan los piques en el parque, sin olvidar el mítico cable Link y el truco para clonar criaturas. Tampoco uno se puede olvidar de PlayStation y su catálogo repleto de juegos, entre ellos, Crash y Spyro están más que presentes.

 

Esperamos que estas líneas hayan servido, además de como anécdota de todos los que escribimos para 33bits, como aliciente para hacer que cada lector trate de recordar cuál fue el primer juego de su infancia.