Tres años y medio después de ser desvelado durante la PAX East 2015, el tortuoso desarrollo protagonizado por Compulsion Games llega a su fin: We Happy Few ya se encuentra entre nosotros. El juego, distribuido por Gearbox Publishing, llevaba nada más y nada menos que dos años disponible para PC mediante acceso anticipado. Llegar a este día no ha sido tarea fácil para el estudio canadiense, como tampoco lo será enfrentarse al rival más peligroso que existe: las expectativas generadas en torno a su excéntrica propuesta.

No conviene olvidarnos de las diferentes etapas que el juego a cargo del flamante estudio de Microsoft ha protagonizado durante su desarrollo, y es que la idea original era una experiencia de supervivencia que hacía uso de elementos generados de manera aleatoria. Para más inri, dicho proyecto —que pudimos probar mediante acceso anticipado— también contaba con elementos roguelike, destinados a ofrecernos una propuesta completamente diferente en cada partida. Finalmente, y no sin haber atravesado varias fases en las que el principal protagonista del desarrollo no ha sido otro que la incertidumbre, nos encontramos con algo que, si bien es cierto que cuenta con unas señas de identidad completamente diferentes, no logra deshacerse por completo de los efectos contraproducentes propios de la naturaleza del proyecto original.

Arthur, Ollie y Sally. Tres protagonistas cuyos caminos están destinados a cruzarse. Tres protagonistas para deserrollar tres arcos narrativos elaborados para ensamblar una historia cuya premisa se antoja de lo más atractiva. Aunque el objetivo común de nuestros personajes no es otro que escapar de las maldades que habitan en Wellington Wells —un lugar ficticio situado en Reino Unido y llamado igual que el 72nd presidente del Senado de Massachusetts—, el trasfondo de la historia va mucho más allá, siendo capaz de sumergirnos en un universo fascinante, cuya premisa argumental se apoya en todo momento en su fascinante dirección de arte. We Happy Few es un título capaz de conquistarnos fácilmente con su envoltorio pese a que, al igual que les sucede a los habitantes de Wellington Wells, lo que hay detrás de su sonrisa picaresca esconda problemas que abordaremos a continuación.

«La droga de la felicidad» ha sido, indudablemente, el elemento característico del que más se ha hablado durante el desarrollo de We Happy Few. Una premisa tan atractiva como polémica, en la que todos los ciudadanos son adictos a las drogas, algo que no solo está normalizado por las autoridades sino que, además, está impuesto por las mismas. Ser feliz como única ley, curioso, ¿verdad? En Wellington Wells, a nadie le importa si una persona tiene problemas, siempre y cuando no los evidencie ante los demás. La droga no es más que un paliativo capaz de atenuar —y ocultar— los problemas del día a día de una sociedad enferma. Un recurso para sobrevivir un día más fingiendo que las cosas malas han desaparecido, aunque sigan estando ahí, esperando su turno para imponerse a una sonrisa ficticia dibujada a base de narcóticos. En We Happy Few, la felicidad es lo único que nos mantiene vivos y, como sucede en la vida real, la dificultad de sobrevivir pasando desapercibido es un fiel reflejo de que, en ocasiones, ser feliz no es cuestión de pulsar un botón.

Siguiendo la tónica de la historia elaborada por el estudio canadiense, me tomaré la licencia de extrapolar mis sensaciones con el juego al mundo de Wllington Wells, y es que ser feliz a los mandos de We Happy Few es muy difícil. El producto final trae consigo algo muy negativo, que no es más que un fiel reflejo de lo sucedido durante los últimos meses del desarrollo del mismo: la falta de identidad. Algo extraño sobrevolaba durante la víspera del lanzamiento, dando lugar a que los usuarios no tuvieran del todo claro a qué estaban a punto de enfrentarse. Lamentablemente, la experiencia a los mandos no hace más que agravar esa extraña sensación que impide visualizar con claridad qué pretendía Compulsion Games.

Aunque finalmente se optó por dejar atrás los elementos aleatorios, así como gran parte de sus mecánicas roguelike, We Happy Few arrastra ciertas características de ambas fórmulas que, lamentablemente, hacen un flaco favor al enfoque más argumental que finalmente tenemos entre manos. Como si de un sandbox al uso se tratara, en Wellington Wells tenemos la obligación de realizar diversas misiones, tanto principales como secundarias, siendo las primeras las que actúan como hilo conductor de la historia. El problema es que ni unas ni otras están especialmente inspiradas, algo que se ve agravado en todo momento por la necesidad de jugar con sigilo, una mecánica de lo más arriesgada… que no funciona en prácticamente ningún momento por culpa de los problemas con la IA de nuestros perseguidores.

La necesidad de caminar en lugar de correr mientras amasamos un sinfín de objetos para fabricar recursos, dos mecánicas marcadas por un ritmo demasiado lento que, además, da lugar a momentos en los que el juego no es justo con el jugador. Un conjunto de ideas bastante arriesgado en el que, muy a nuestro pesar, pocas cosas funcionan como nos habría gustado. A veces, concebir buenas ideas no asegura un buen resultado; es necesario saber ejecutarlas con acierto, y esto es algo de lo que el estudio canadiense no puede presumir en esta ocasión. Es probable que las elevadas cotas de ambición hayan terminado convirtiéndose en el Talón de Aquiles del proyecto. También es probable que los cambios durante el desarrollo del juego —un condicionante que suele dar lugar a un resultado más que cuestionable— le hayan despojado de dos de las mejores virtudes con las que puede contar un videojuego: el equilibrio y la identidad de su propia propuesta.

Mención especial merece —para mal— el apartado técnico, tan cuestionable que es capaz de ensuciar un aspecto visual único y que irradia belleza por todos sus poros. En la versión para la consola de Sony, la tasa de imágenes por segundo rara vez se mantiene en unos valores aceptables, algo que acaba tornándose especialmente molesto cuando nos vemos inmersos en una persecución. Tenemos entre manos algo que entra muy fácil por los ojos, que presume de contar con una dirección de arte fantástica, un universo plagado de pequeños detalles y en el que resulta muy fácil pararse y contemplar todo lo que nos rodea, pero que, una vez más, lo encomienda todo a su fachada.

Sea como fuere, We Happy Few es víctima de su propia ambición. ¿Existe la objetividad? Seguramente, no. No obstante, lo que sí existen son las cosas que funcionan o no. Un rendimiento problemático —especialmente en la versión para PlayStation 4—, una apuesta por el sigilo lastrada por una IA defectuosa o unas misiones carentes de inspiración no son elementos interpretables; son defectos, sin más. Pese a todo los condicionantes que dificultan que podamos definirlo como un buen videojuego, el título de Compulsion Games puede ser disfrutable para todos aquellos que estén dispuestos a perdonar sus defectos, que no son pocos.

 


Este análisis ha sido realizado mediante una copia cecida por Evolve PR